El blog de una casa muy especial... en el corazón de la calle más famosa de Madrid

jueves, 19 de noviembre de 2015

De la 'Ceca' a la 'Meca' (Almacenes Eleuterio)

Impagable anuncio, dibujado por Bellón (1934), en el
que podemos ver como uno de los personajes lleva
un cartel de CECA (Luna 11 y Avenida de la Libertad
40, que era el nombre oficial de la vieja carretera de
Irún, en el todavía barrio del municipio de Chamartín
de la Rosa -no de Madrid-, Tetuán de las Victorias). 
La historia de los Almacenes Eleuterio es más interesante de lo que la memoria popular atribuye a esta importante empresa familiar, tan vinculada durante una buena parte del siglo XX a la calle de Fuencarral.

Eleuterio Martínez Rubio inauguró los almacenes que llevaban su nombre de pila, el día 30 de diciembre de 1922. Estaban situados en el número 18, en la esquina con la calle Infantas. Pronto cambiaría su numeración al 14, como consecuencia de la construcción de la Gran Vía. La tienda ocupaba, aproximadamente, tres mil metros cuadrados, repartidos en varias plantas, dedicadas a la venta de tejidos, confecciones, muebles, alfombras, tapicería y ropa del hogar.
Pero no era el primer local que Eleuterio tenía en Madrid, ya que el 11 de enero de 1909 había abierto sus Almacenes CECA en Luna 11, ocupando el sitio en los bajos del desaparecido palacio de Monistrol que fuera del famosísimo Café de la Luna. Y, para que no hubiese duda alguna, así lo indicaban en sus anuncios de prensa.

Almacenes CECA, en Luna 11
(Palacio de Monistrol)




Al parecer, Eleuterio Martínez, nacido en 1865, había comenzado con otro modesto comercio anterior, junto a su esposa, Antonia Torregrosa y, a medida que el negocio familiar fue prosperando, abrieron nuevas y mejores tiendas. Debió ser el que en el popular barrio de Tetuán de las Victorias mantuvieron durante muchos años en Bravo Murillo 262 (antes Avenida del Generalísimo 40 -en la posguerra- y Avenida de la Libertad 40 -preguerra-, cuando Tetuán no pertenecía a Madrid, sino a Chamartín de la Rosa). 
En este mismo lugar inaugura, el 18 de abril de 1947, un moderno garaje (también bajo la marca CECA), obra del insigne arquitecto Luis Gutiérrez Soto. El mismo día, se anuncia la ampliación de los almacenes, con nuevas secciones de ferretería, cristalería y accesorios para automóviles.

El espectacular luminoso de Eleuterio, enmarcado 
por las desaparecidas torres de la casa Murga, en
la Red de San Luis, en el que se anuncian las
tiendas de Fuencarral 18 y Luna 11. A la izquierda,
una recién terminada Telefónica (¿1929?¿1030?).

Pese a todo, la tienda de Fuencarral, que llegaría a tener unos cincuenta empleados, seguía siendo la más importante de la organización y la única que mantenía un nombre diferente, el de su dueño: Eleuterio. De esa preponderancia comercial, nació su apelativo de 'Meca', creado, con la intención de enfatizar el hecho, con el habitual gracejo madrileño, diciendo que Eleuterio se había ido de la Ceca a la Meca. Y su clientela, también. 
Un juego de palabras acertadísimo, propio de un publicitario antecesor de mi buen amigo, el gran Ricardo Pérez ('El que sabe, Saba', 'Calvo, claro' o 'Voy a comer con Don Simón').

El palacio de Monistrol fue demolido en 1969 para dejar paso a ese descalabro urbanístico llamado plaza de Soledad Torres Acosta, por lo que los almacenes de la calle de la Luna desaparecieron del panorama madrileño sin dejar ni rastro. Menos mal que queda alguna foto que acredita su existencia.

Revista Crónica, mayo 1935



Mientras tanto, los Almacenes Eleuterio de la calle de Fuencarral habían ido creciendo en fama y popularidad, impulsados por el empuje de una calle de creciente desarrollo comercial. En los años treinta del siglo pasado, sus promociones comerciales (como los 'Seis días de Eleuterio con cuatro precios') fueron iniciativas de éxito y la prosperidad de la tienda se reflejaba en su actividad publicitaria de los años anteriores a la Guerra Civil.
En esa época, el hijo pequeño de Eleuterio Martínez Rubio (que había heredado el nombre de su padre y se presentaba como 'Eleuterio, hijo') se había convertido en el diseñador de referencia de la casa y en los anuncios de los almacenes se decía, sin pudor: 'Señora: no vestirá bien si no la viste Eleuterio, hijo'.
Parece que, al menos,él y su hermano Alejandro Martínez Torregrosa fueron continuadores del negocio familiar, ya que no nos consta que sus otros dos hermanos (Victoria y Antonio) participasen activamente en la empresa, aunque es probable.

No recuerdo la fecha en la que los Almacenes Eleuterio cerraron, definitivamente, sus puertas, pero debió ser en los años ochenta, los peores de la calle. El dato que nos consta es el que figura en la esquela de Alejandro, fallecido el 15 de enero de 1984, que menciona al personal de los Almacenes Eleuterio y no hace referencia a los CECA (lo que nos hace suponer que ya habían desaparecido, puesto que en obituarios anteriores siempre se nombraban ambas razones sociales).

Elegantes camisones de lunares, en un anuncio de prensa en el que, bajo la marca 'Eleuterio' también se incluye la dirección de Luna 11 (y en el que el número de la calle de Fuencarral todavía era el 18, lo que indica que, probablemente, es de finales de los años veinte o principio de los treinta).

La página de la derecha, obtenida de la hemeroteca de ABC (17 de abril de 1947), anuncia la apertura del garaje de 'Avenida Generalísimo Franco 40' (Tetuán de las Victorias), nueva actividad emprendida por la 'Organización Eleuterio Martínez'.






Yo nunca conseguí comprar nada en Eleuterio. Tampoco en San Mateo. Y creo que solo una vez en Mazón. Así que no fui un gran cliente de ninguno de los tres grandes almacenes de la calle de Fuencarral. Claro que, en mi descargo, hay que decir que sí lo intenté varias veces... pero ninguno de ellos trabajaba el 'género' que a mí me atraía en aquellos años infantiles y juveniles que, por el contrario, se ofrecía en dosis inalcanzables en la juguetería Fraguío, El Pensamiento y el Bazar Matey. Es lo único que recrimino (cariñosamente, claro) a 'Eleuterio, hijo': su empeño en recrear los elegantes vestidos de las estrellas de Hollywood para que los lucieran las participantes en el concurso de Miss España 1935, en vez de haber abierto una buena sección especializada en figuras de Reamsa, juegos Crone y trenes eléctricos Märklín...

Algún defecto tenía que tener esa familia, unida por más de sesenta años a la calle de Fuencarral y (a pesar de la ausencia de juguetes en sus almacenes) tan digna de admiración, respeto y cariño por quienes seguimos sintiéndola como nuestra.

















martes, 20 de octubre de 2015

La fuente de la Fama


Que la fama es efímera, todos lo sabemos (aunque es cierto que hay quien lo olvida con frecuencia). Tal vez por eso Madrid no ha querido que esta magnífica fuente de Pedro Ribera haya permanecido inmóvil, a través de los siglos, en su emplazamiento original...

El caso es que la fuente, construida por mandato del rey Felipe V (pero pagada por el pueblo de Madrid), se inauguró en el año de 1732 en la plaza de Antón Martín. Allí estuvo una buena temporada, concretamente hasta 1879, fecha en la que fue desmontada y guardada en los almacenes de la Villa hasta su reconstrucción por Ángel García y José Loute, en 1909, para su traslado al paseo de Camoens, en el parque del Oeste, donde nos consta que ya estaba situada en 1913.

La fuente, que tuvo, además de su función ornamental, la de abastecimiento de agua para la villa de Madrid, es del más puro estilo churrigueresco, es decir, un barroco de recargada ornamentación en el que era un maestro Pedro Ribera, tan discutido en su tiempo como celebrado posteriormente, algo que no debe extrañar a nadie por ser casi consustancial con los movimientos artísticos aparecidos a lo largo de la historia de la humanidad.

Ribera la hizo, como fue habitual en muchos de sus trabajos, de granito, combinado con piedra de Colmenar en las esculturas.
Adornada por cuatro grandes delfines mitológicos (de  parecido lejano con los reales) y sendos niños portadores de conchas invertidas sobre sus cabezas, está coronada por una airosa escultura que representa una Fama alada de Juan Bautista, muy similar a la que, años más tarde, esculpiría el portugués Cayetano da Costa para presidir la portada principal de la antigua Fábrica de Tabacos de Sevilla. 
Cierto es, sin embargo, que la obra de Bautista es algo menos garbosa en su postura que la sevillana (lo que parece acorde, en cualquier caso, con la idiosincrasia de una y otra ciudad).


La Fama, obra de Juan Bautista

Pues bien, la fuente, tras una corta estancia en su segunda ubicación (hasta 1926), fue, de nuevo, desmontada y recolocada en una zona bien céntrica de Madrid. Precisamente, en la calle de Fuencarral, en la parte posterior del viejo Hospicio de San Fernando, en los desaparecidos jardines del Arquitecto Ribera de la plaza de Barceló, trabajo que fue encomendado a Luis Bellido quien, por aquel entonces, ostentaba el cargo de arquitecto municipal.
Pero durante la guerra civil española fue, otra vez, desmantelada para su protección, no volviendo a su emplazamiento junto a lo que entonces era Museo Municipal de Madrid hasta 1941.
No recuerdo bien cómo estaba situada la fuente en un espacio abierto que vivió épocas complicadas y no muy respetuosas con el patrimonio colectivo, pero hoy se encuentra recluida en un recinto vallado que ofrece una visibilidad limitada y es poco representativo para lo que merece. Eso sí, al menos, está intacta y a salvo de esos vandalismos descontrolados que, por desgracia, siguen siendo habituales en aquellas grandes ciudades en las que la ignorancia, y la barbarie dominan, en la práctica, sobre el respeto a la cultura.

La fuente, en su ubicación actual
Toda la plaza de Barceló está pendiente de remodelación, tras la puesta en marcha del nuevo edificio del mercado (sobre el que evito pronunciarme, de forma intencionada), por lo que habrá que esperar al resultado final y, lo que aún es más importante, a su conservación futura. Puede que una buena solución fuese permitir el acceso a este nuevo patio posterior, creado en el Museo de Historia de Madrid (a través, claro está, de su entrada principal y como parte de la visita a sus instalaciones) y, a ser posible, con la fuente en funcionamiento, ya que su estética y belleza quedan muy mermadas en ausencia del agua para cuyo disfrute público fue concebida. 
Tal vez, el momento oportuno para hacerlo sea cuando estén terminadas las obras de restauración de la capilla que, también, merece ser visitada.

En cualquier caso, parece sensato (aunque sea muy triste) dar prioridad a la seguridad de la fuente sobre la libertad de su observación desde una perspectiva más próxima y completa. 
Ojalá lleguemos a ver el día en el que madrileños y visitantes podamos acercarnos a ella, de nuevo, sin temer por la integridad de sus centenarias piedras.

viernes, 9 de octubre de 2015

Don Lucas Tapia y el señor Paco


Don Lucas Tapia era un excelente joyero. Sin duda alguna, el mejor oficial que Enrique Valentí, abuelo de Mala Estrella, tenía en su taller de la calle de Fuencarral.
Cierto es que sus brillantes cualidades como experto artesano de la difícil técnica de la alta joyería, se veían (solo en parte) compensadas por su afición al alcohol (que no mermaba, en absoluto, su precisión en el manejo de la segueta) y su poco académico lenguaje (virtud, en cualquier caso, innecesaria para que un orfebre alcance la categoría de artista).
De hecho, cuando la madre de Mala Estrella respondió a la pregunta de su hijo sobre si sabía quién era don Lucas Tapia, su contestación fue algo así como: "Sí, ese obrero que tenía tu padre en el taller que estaba siempre borracho y decía muchas palabrotas". Ninguna referencia a su indiscutible condición de maestro de la joyería. Y eso que ella le debió conocer en su última fase, pues, como hemos dicho al principio, ya era un gran oficial en tiempos del padre de su padre (es decir, del suegro de la madre de Mala Estrella).

Un banco antiguo de joyero

Pero claro, don Lucas Tapia también cometía errores, porque su trabajo era de una delicada precisión y todos sabemos que hasta el mejor joyero echa un borrón (el borrón, en estos casos, suele ser de oro o platino). Cada vez que don Lucas Tapia tenía un problema en la confección de una joya, echaba mano de un enorme palo que tenía junto a él, apoyado en la pared, y le atizaba en la cabeza al bueno del señor Paco (otro oficial del taller, de menor rango, que tenía la poca fortuna de que su puesto de trabajo estaba situado justo frente a su iracundo y veterano compañero). 

El señor Paco, como es lógico, protestaba (sin mucho entusiasmo, por si se llevaba otro palo en la cabeza) y mascullaba entre dientes (él creía que las decía en voz alta) cosas tales como: "Un día de estos me voy a hartar y...".
Pero el señor Paco nunca se hartó. Y don Lucas Tapia llegó a la jubilación sin dejar de apalear la sufrida cabeza de su colega (al que, como era de esperar, ningún oficial del taller aceptó cambiar el sitio) cada vez que algo le salía mal. Eso sí, lo hacía tras proferir horribles juramentos y soeces blasfemias, que salían de su boca sin que se le cayera el permanente cigarrillo consumido que mantenía en sus labios. Y decimos cigarrillo porque, aunque apenas quedaba en él tabaco sin quemar, la ceniza permanecía unida a los últimos milímetros intactos del pitillo amarillento, como si el papel con el que el propio don Lucas Tapia había liado el tabaco fuese incombustible, cual fina capa de amianto (engomada, eso sí, en uno de sus extremos). 

Tras estos dos balcones (hoy casi irreconocibles) estuvo el taller

Son innumerables las anécdotas protagonizadas por el inefable don Lucas Tapia en el taller de Enrique Valentí (como la de su 'desaparición', en plena marcha, de la moto con sidecar de su patrón o su fulminante desmayo ante la supuesta 'explosión' del mechero de alcohol con el que estaba pegando una perla), pero estas y otras divertidas historias será mejor dejarlas para futuras ocasiones, porque si hoy hemos recordado aquí al insigne oficial de Fuencarral 39 es, única y exclusivamente, por su manía de dar palos en la cabeza al señor Paco.

Y es que siempre es bueno tener a mano un señor Paco al que echar la culpa de nuestros errores, de nuestras equivocaciones... de nuestras faltas.
Los palos pueden ser de diversa magnitud y naturaleza, pero siempre deben mantenerse a una distancia muy accesible y ser lo suficientemente largos como para llegar, con comodidad, hasta la cabeza del señor Paco de turno, cuya ubicación debe conocerse de antemano (y con precisión) para poder asestar el golpe sin levantar la mirada de la joya (es un decir) que se tenga entre manos y, por supuesto, manteniendo en perfecto equilibrio el depauperado cilindrín (es otro decir) que pueda estar, circunstancialmente, en la boca de quien apalea a su señor Paco particular.


La fórmula a enunciar es muy sencilla. Basta con decir (en tono airado, como hacía don Lucas Tapia) algo así como: "¡Vaya, ya se me ha estropeado la (colóquese aquí la descripción de cualquier contrariedad)! ¡Usted ha tenido la culpa, señor Paco! ¡Tome!".


Y entonces, sin embarazo, se le atiza un estacazo, se le mata (vale en sentido figurado), y a otra cosa. Así es la vida.


lunes, 27 de abril de 2015

La Exposición del Antiguo Madrid


Ya en las primeras páginas del catálogo de la Exposición del Antiguo Madrid, el propio arquitecto restaurador del viejo Hospicio de San Fernando nos relata las vicisitudes del edificio, que muy próximo estuvo de caer bajo el ímpetu destructor de la piqueta cuando, a finales del año 1922, se decidió la evacuación del edificio y el derribo de las construcciones. 
Ante las protestas de los defensores del patrimonio artístico, se aceptó desmontar la portada de Pedro Ribera y trasladarla a otro lugar, lo que hubiera sido un doble disparate (tal vez, triple por el destino del solar), ya que no parecía probable que la delicada piedra resistiese el ajetreo y, además, se destruía la fachada de Fuencarral, de notable belleza y parte fundamental de esta obra cumbre del barroco de la capital.
Afortunadamente para todos los madrileños (y para el resto de los españoles, claro), el Ayuntamiento de Madrid decidió adquirir el histórico edificio y rehabilitarlo, gracias, en gran medida, a la iniciativa de la Sociedad Española de Amigos del Arte, que impulsó la puesta en marcha de esta magna exposición, celebrada en 1926, y que, a la postre, fue la salvadora de esta gran joya del barroco churrigueresco madrileño, tal vez la más significativa.

La comisión organizadora estuvo presidida por Félix Boix, destacado ingeniero de caminos barcelonés, que dirigió la Compañía de Caminos de Hierro del Norte de España y el Canal de Isabel II, aparte de ser académico de número de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Otros conocidos miembros de esa comisión fueron el Conde de Casal, el Conde de Polentinos y Manuel Machado.
También formó parte de ella Luis Bellido, arquitecto municipal encargado de la restauración del edificio y que con tan buen criterio acometió su tarea, presidida, en todo momento, por su decidido respeto a la historia , así como a las características originales del inmueble.

La exposición fue, con toda probabilidad, la más importante de cuantas fueron organizadas por la asociación, reunió en ocho secciones todo tipo de objetos de bellas artes y de las industrias artísticas madrileñas, junto con otras piezas relacionadas con la historia y las costumbres de la ciudad, algunas de ellas tan curiosas como la reproducción del gabinete de Napoleón en el palacio del Duque del Infantado de Chamartín, que fuera su residencia cuando, en diciembre de 1808, llegó con su ejército hasta Madrid para restituir en el trono de España a su hermano José.

Las ocho secciones fueron las siguientes:
Primera. 
Planos. Vistas generales y particulares. Puertas y puentes.
Segunda. 
Residencias Reales: El Alcázar. El Palacio Nuevo. El Buen Retiro. La Casa de Campo. El Pardo. La Zarzuela, etc.
Tercera. 
Vida social y política: sucesos y acontecimientos célebres.
Fiestas, entradas y funciones reales. Libros, documentos y objetos varios. El Dos de Mayo y la ocupación francesa. Tipos y costumbres. Indumentaria.

Cuarta. 
El culto: Objetos y cuadros. Instituciones benéficas. Edificios de carácter monumental y religioso. Edificios particulares. Los patronos de Madrid y otros santos.
Quinta. 
Paseos: El Prado, Atocha, La Florida, etc. Casas de recreo o placer. Aguas y fuentes. Jardinería. Fiestas populares. Lugares de esparcimiento popular.
Sexta. 
Teatros y espectáculos públicos.
Séptima. 
Industrias artísticas: Armas. Fábrica del Buen Retiro. Fábrica de la Moncloa. Fábrica de Tapices. Fábrica de platería Martínez. Platería madrileña. Bordados. Hierros. Muebles y sillas de mano. Relojes. Abanicos. Instrumentos de música. Guarniciones y sillas de montar.
Octava. 
Imprenta, encuadernaciones y manuscritos.

Un acontecimiento fundamental para la vida madrileña, que tuvo que retrasar su inauguración por unos meses (estaba prevista para la primavera) al no estar, aún, terminadas las obras de rehabilitación de un edificio que, pese a haber sido declarado Monumento Histórico Artístico en 1919, bien cerca estuvo de no llegar hasta nuestros días. Algo que se consiguió gracias a la acertada intervención de la Real Academia de San Fernando y de la Sociedad Española de Amigos del Arte, cuya idea de promover la gran Exposición del Antiguo Madrid y de que su sede fuera, precisamente, el Hospicio de Ribera fue bien acogida por el Ayuntamiento de Madrid.
Su consistorio, pasada ya la exposición, tomó la acertada decisión (en 1929) de convertirlo en Museo Municipal y conservarlo, de esta manera, para que las futuras generaciones pudieran disfrutar de la obra cumbre de Pedro Ribera y del barroco civil madrileño.


Para descargarse el catálogo completo de la exposición, pinchar en este enlace.

domingo, 22 de marzo de 2015

El pasaje olvidado.

Existe, en el número 77 de nuestra calle de Fuencarral, muy cerca de la estación de Metro de Tribunal y casi enfrente del Hospicio, un edificio diferente, tanto por sus características, como por su historia y estado actual.

Fuencarral 77
Este inmueble, con protección municipal motivada por su singularidad arquitectónica, fue construido entre 1952 y 1955, siguiendo el proyecto creado por dos grandes arquitectos: Manuel Muñoz Monasterio y Manuel Manzano-Monís Mancebo.

No cabe duda de que la limpia modernidad de su diseño y las interesantes soluciones que se dan a su planta irregular, creando ambientes de gran personalidad y generando una riqueza espacial muy atractiva, a pesar de contar con una planta de dimensiones relativamente reducidas, es fruto del ingenio de quienes lo firman.
No en vano, Monasterio y Manzano-Monís tienen un amplio historial de excelentes obras, a lo largo de sus respectivas carreras. 
Monasterio es el autor del Estadio Bernabéu y de su primera remodelación, así como de la terminación de la plaza de toros de Las Ventas, rematando el proyecto de José Espelius.
Manzano-Monís creó el bien conocido monumento a Calvo Sotelo de la plaza de Castilla y destacó en su labor de recuperación del casco antiguo de Fuenterrabía, entre muchos otros trabajos de mérito.
Una de las principales características de este edificio es el pasaje que une la calle de Fuencarral con la Corredera Alta de San Pablo y que fue concebido como un espacio comercial cuyo momento álgido estuvo en los años sesenta y setenta del pasado siglo.

El palacio Giraldeli
Pero antes de hablar con más detalle del inmueble y de su pasaje, retrocedamos en el tiempo, ya que el solar sobre el que está levantado tiene su historia. Una historia que se remonta, al menos, al siglo XVIII, pues es en la Planimetría General de Madrid (basada en  la Visita General de Casas de 1750 - 1751) donde encontramos ya una clara referencia a la mansión que, en este mismo lugar, fue propiedad del Marqués de la Mina. Una casa que ocupó varios solares (la Planimetría habla de cuatro, pero puede ser que fueran más), incorporando dos casas que pertenecían a la Corredera Alta.
En el libro cuarto de la Planimetría aparece el plano, dibujado por el arquitecto Nicolás Churriguera, de la manzana 349, en la que la mansión del Marqués de la Mina ocupa el 'sitio' número 2, justo al sur del palacio Giraldeli, que estaba situado (con el número 1) en la esquina septentrional de esa manzana.

Como bien nos explica Elías Tormo en su documentada obra 'La de Fuencarral: Cómo se puede estudiar la historia de una de las calles de Madrid', en esos años de mediados del siglo XVIII la calle de Fuencarral empezaba a ser una vía principal y se produjo una rápida sustitución de los modestos caseríos que en las centurias anteriores habían sido restos del camino o carretera que, desde la todavía nueva capital de España, se dirigía hacia el norte, por importantes mansiones de miembros de la nobleza o de la burguesía acomodada, quienes pretendían un domicilio en una zona nueva de la ciudad, más despejada que el viejo y abigarrado centro. En especial, nobles de espíritu ilustrado, como lo fue el Marqués de la Mina, preferían estos nuevos aires a las reminiscencias medievales, vinculadas al pasado.
En el caso que nos ocupa, uno de los objetivos principales era, no solo conseguir una casa grande, digna de la personalidad y rango de su dueño, sino que tuviera salida a las dos calles para poder diferenciar bien la zona principal (que daría a Fuencarral) de los aposentos y dependencias de la servidumbre y caballerizas, que tendrían el acceso por la Corredera Alta. No fue la única casa de Fuencarral que consiguió ese doble acceso durante el Siglo de las Luces.

Precisamente, Jaime de Guzmán-Dávalos y Spínola, II Marqués de la Mina, fue un destacado miembro de esta nobleza ilustrada. Gran militar y diplomático (también buen escritor), jugó un importante papel desde la misma Guerra de Sucesión Española. 

II Marqués de la Mina
Partidario de Felipe V, creó su propio regimiento de dragones (el Lusitania, que sigue existiendo y disfrutando de la reputación alcanzada bajo su mando) y combatió en innumerables acciones militares, muchas de ellas gloriosas, obteniendo grandes éxitos en el campo de batalla. Su rango fue ascendiendo hasta llegar a ser capitán general del ejército. Tampoco fueron menores sus servicios como embajador en la corte de Luis XV de Francia, que le hicieron acreedor del Toisón de Oro español y de la Orden del Espíritu Santo francesa.
Luchó en Italia, consiguiendo importantes victorias y acabó su carrera como capitán general y gobernador de Cataluña, llevando a cabo en Barcelona grandes actuaciones urbanísticas, como la creación del barrio de la Barceloneta o la construcción y rehabilitación de las principales defensas militares de la ciudad.
Fue, sin duda ninguna, uno de los más destacados nobles al servicio de Felipe V, quien siempre le mostró agradecimiento y aprecio.

Con anterioridad al Marqués de la Mina, la casa pudo haber sido de un Cevallos (hasta 1612), del presbítero doctor Cedillo, de un Arteaga y, a partir de 1701, de la Princesa de la Palata, que ya poseía otras casas colindantes. Toda esta información proviene de los comentarios recibidos por Elías Tormo del Marqués del Saltillo, documentados en datos del Archivo Notarial.

Planimetría s.XVIII vs Fuencarral 77
Pues bien, regresando al futuro, nos encontramos con que la planta del edificio construido en Fuencarral 77 por Monasterio y Manzano-Monís, casi coincide con la que la Planimetría nos muestra en sus planos como perteneciente al Marqués de la Mina. Si observamos el plano de la manzana 349, de mediados del XVIII, en el que aparece la parcela de la mansión silueteada en rojo, y lo colocamos sobre una fotografía aérea actual, en la que se ha marcado en azul la planta del inmueble de nuestros días, podemos comprobar que ambas coinciden en su mayor parte, con la excepción de una casa que se ha reintegrado a la Corredera Alta (el número 12 actual de la calle), mientras que se ha incorporado a la finca una parcela estrecha y alargada que aparecía separada en la Planimetría (casa número 13 de la manzana). 

Esta antigua parcela es la que permite hoy la conexión de las dos calles (Fuencarral y Corredera Alta), a través del mencionado pasaje interior y cubierto, del que luego nos ocuparemos con más detalle. En la actual numeración, corresponde al número 10 de la Corredera Alta de San Pablo.

La finca en el plano de Ibáñez de Ibero (1879)
Cierto es que en otros planos posteriores, pero no lejanos a las fechas de la Planimetría (por ejemplo, en el de Tomás López de 1785), ya ha desaparecido como parte del conjunto la casa que hoy pertenece a la Corredera Alta, aunque en el caso de este plano de Tomás López no se definen con precisión los límites de la finca.
Esto se reafirma en el de Ibáñez de Ibero de 1879, en el que sí aparece, perfectamente dibujada, la casa y sus patios interiores, manteniéndose en su integridad el contorno original exacto de la Planimetría, pero sin la ya citada casa del número 12 de la Corredera Alta, señalado, con precisión, como una finca independiente.


Monasterio y Manzano-Monís, como excelentes arquitectos que son, diseñan un edificio muy moderno, con una fachada que presenta dos volúmenes bien delimitados (en la que se nota más, en mi opinión, la mano de Monasterio) y una solución brillante para la galería comercial, gracias a la que se consiguen unos espacios interiores interesantes y amplios, con tres zonas perfectamente diferenciadas.

La galería tiene locales comerciales a ambos lados de su pasillo más ancho (el que nace en Fuencarral) y solo en un lateral en el brazo que, más estrecho (el incorporado con la alargada parcela antes mencionada), parte de la Corredera Alta, si bien muestra una larga sucesión de vanguardistas vitrinas en la pared opuesta.

Al fondo, Fuencarral
Ambos desembocan en una plaza central con dos niveles, en la que, asimismo, hay locales comerciales. Toda la galería tiene luz natural y está decorada con el gusto innovador de lo que podríamos definir como estilo clásico-contemporáneo de los años cincuenta, en cuyos suelos, paredes y techos se mezclan materiales modernos con otros tradicionales, jugando con una mezcla de líneas curvas y rectas que otorgan al conjunto una gracia muy personal y atractiva.
Este efecto se acentúa en el punto de confluencia de los dos pasillos con la plaza, una de cuyas paredes curvas está decorada con un bonito relieve, en el que apreciamos reminiscencias de los frisos del Partenón de Fidias.
Según dicen, había una fuente en la parte inferior de esta plaza, que es la más amplia.
Grandes farolas de hierro forjado cuelgan del techo del pasillo, abovedado en la zona de las claraboyas del lado de Fuencarral, sobre el que existen grandes balcones interiores, algunos abiertos y con barandilla, así como otros acristalados (tal vez, posteriormente) y amplios ventanales con vistas a la galería.

Recordando a Fidias
El edificio estaba proyectado para albergar, además del centro comercial del pasaje, oficinas y viviendas, aparte de un auditorio que sigue existiendo en su tercer piso.
Tuvo un gran éxito en sus primeros años. Todos los locales estaban ocupados y parecían hacer buen negocio en un espacio nuevo y moderno, muy adelantado al modelo tradicional que imperaba en la mayor parte de las tiendas de la calle, pese a que la época de los grandes pasajes comerciales cubiertos (como los de París, Londres o Milán) ya estuviese superada. Pero las dimensiones de esta galería comercial, de espíritu moderno, eran (son) mucho más reducidas que las de aquellos anteriores a los que nos hemos referido y presentaba, por ello, una opción más actual y menos monumental, pero mucho más dinámica y adecuada a los aires de incipiente modernización que vivía la España de mediados del siglo XX.

Había comercios de todo tipo: sastrería (Roan), óptica (Langa), joyería (Monge), estanco, agencia de publicidad (Cuevas), peluquería (Pili), tienda de bolsos (Manopiel)...
También tenía allí su sede (en la plaza) el Hogar Canario. La mayoría de estos locales eran de dos plantas y disponían de escalera interior, en algunos casos, visibles desde los pasillos, a través de los enormes y despejados escaparates de las tiendas.

El rótulo de la desaparecida sastrería Roan
Con el paso del tiempo, la zona entró en un notable declive. Muchos establecimientos de los alrededores iban cerrando y la actividad comercial sufrió un deterioro significativo. La propia calle de Fuencarral tuvo un notable bajón en su actividad entre finales de los años setenta y buena parte de los ochenta.

En el Pasaje Mutualidad (así era llamado familiarmente) también se notó. Disminuyó el tráfico de posibles compradores y quienes lo utilizaban eran tan solo los vecinos de la zona, como atajo para atravesar una manzana incómoda de rodear, a causa de su particular forma trapezoidal.
El nombre le venía dado por haber sido promovida la construcción del edificio por el Montepío Nacional de Previsión Social de los Productores de la Dependencia Mercantil, una complicada definición (muy de la época, por cierto) para bautizar, de forma más elegante, sofisticada y eufemística, a lo que, en otro tiempo, se hubiese llamado Montepío de Dependientes de Comercio.

El distribuidor central
Desde hace años, el inmueble está casi vacío. Queda en él un heroico comercio, la joyería y relojería Monge, con su luminoso blanco y azul como única señal de vida en el pasaje, en el que permanecen, aún, algunos de los letreros que fueron de sus antiguos ocupantes. El aspecto es desolador. De vez en cuando, pasa un apresurado peatón, conocedor del atajo, y poco más.
El resto del edificio también está, prácticamente, desierto. Queda alguna oficina en uso y dicen que hay un almacén del Teatro de la Zarzuela en el sótano.
En ocasiones (al parecer, por iniciativa de la Embajada de Alemania), el pasaje se utiliza para exposiciones de arte y los abandonados locales reviven, por unos días. Un espejismo que dura poco, pero que es de agradecer.

Elegantes curvas y modernos materiales
La finca es propiedad de la Tesorería General de la Seguridad Social, que no da señales de saber qué hacer con un activo tan valioso como desaprovechado. Su situación, en plena calle de Fuencarral, superactiva desde el punto de vista comercial, y en una zona muy transitada y vigorosa, está pidiendo a gritos un destino mejor que el olvido, pero nadie sabe cuándo llegará... si es que llega algún día.
Entretanto, junto a la verja que ahora cierra el pasaje por las tardes y noches (en un principio, no existía y era vigilada por un sereno), un vendedor de cupones de la ONCE se mantiene fiel a su sitio habitual. En la otra entrada, la de la Corredera Alta, un mendigo de aspecto bohemio, también está asentado a la entrada del pasaje, el de la Mutualidad... el pasaje olvidado de la calle de Fuencarral.


Notas añadidas:
Desde el 24 de noviembre de 2022, el espacio en el que estuvo el pasaje desde la construcción del edificio lo ocupa una gran tienda de Mercadona.
Con anterioridad, los pisos habían sido completamente remodelados, manteniendo la fachada intacta, y vendidos individualmente.

lunes, 16 de febrero de 2015

San Mateo, una calle con historia

Yo defiendo la teoría de que, en un tiempo remoto, lo que hoy es la calle de San Mateo fue parte del primitivo camino de Madrid a Hortaleza. Luego, cuando la ciudad fue creciendo y la Puerta del Sol se incorporó a la antigua villa, surgió uno nuevo, a través de las actuales calles de Montera y Hortaleza, que fueron dejando en desuso al que se iniciaba en lo que hoy es la plaza de Santo Domingo. Ambos trayectos se unen en la plaza de Santa Bárbara para continuar, ya unidos, hacia el viejo pueblo de Hortaleza.
En cualquier caso, la calle de San Mateo lleva muchos años uniendo dos importantes puntos de la ciudad de Madrid, como son la calle de Fuencarral y la ya mencionada plaza de Santa Bárbara, en la que estuvo una de las puertas de la villa.

La calle de San Mateo en 1926
Hoy nos parece solo una calle estrecha, cuyo movimiento de tráfico está bastante restringido tanto por la peatonalización de Fuencarral como por el corte del pequeño último tramo de la calle, consecuencia de la profunda transformación que sufrió la propia plaza de Santa Bárbara y que, entre otros cambios, impide a los vehículos acceder a San Mateo directamente. 
Sin embargo, por muchos años fue San Mateo una vía de gran trasiego, por la que circularon tranvías, junto con casi todos los vehículos que querían llegar a la Gran Vía desde Alonso Martínez.
La tranquilidad actual de la calle contrasta con aquellos tiempos en la que florecían los comercios en la acera de los pares, mientras que los palacios y los edificios oficiales ocupaban casi toda la de los impares. Algunos de ellos son muy notables y todavía existen.

San Mateo comienza en Fuencarral, muy cerca de Tribunal y del viejo Hospicio, de que solo la separa la paralela calle de la Beneficencia, con la que comparte algunos inmuebles, que tienen entrada por ambas.

En el número 2 de la calle, haciendo esquina con el antiguo número 78 de Fuencarral, hoy 72 o 70 (no está muy claro), existió un café de cierta fama, el Café San Mateo, en el que había conciertos de piano y violín. El café estuvo en funcionamiento durante toda la segunda mitad del siglo XIX y los primeros años del XX, cerrando definitivamente sus puertas en 1919, tras un progresivo declive.

En esa misma esquina se fundaron, en octubre de 1925, los primitivos Almacenes San Mateo. Nacieron con un innovador método de remuneración a sus empleados, ya que los dependientes cobraban un 5% del importe de sus ventas, como incentivo, pero el éxito no llegó y tuvieron que cerrar. Siete años más tarde, en 1935, abrieron unos nuevos almacenes en esos mismos locales que volvieron a utilizar el nombre de San Mateo. 
Este nuevo comercio sí consiguió una gran fama, popularizada por un eslogan publicitario que ha pasado a la historia ("Si no lo veo, no lo creo. Pero ¡qué barato venden Almacenes San Mateo!"). En los años setenta llegó a contar con ciento cincuenta empleados y ocupó tres plantas del edificio, en el que tenía talleres propios de confección. La de Fuencarral/San Mateo fue su única tienda de venta al público, aunque también vendía al por mayor a tiendas de otras localidades. Fue, como la anterior, una empresa familiar.
He aquí su conocido y recordado anuncio radiofónico, con letra y música de Ramón Perelló, célebre compositor de la época.

Muy cerca, en el número 4, estuvo, desde 1954, uno de los mejores restaurantes de Madrid, La Fuencisla, regentado por Miguel Frutos y su mujer y extraordinaria cocinera, Teresa Rodríguez. Fue muy famoso por su excelente cocina casera de gran calidad. 

Entre sus riquísimos platos destacaban el panaché de verduras, las cocochas, los callos, la merluza, la perdiz y la ventresca, pero había muchos más... y todos dignos de ser probados. El postre especialidad de la casa era el flan de chocolate. 
Por sus mesas con manteles de cuadros pasaron reyes, presidentes y ministros del gobierno y un buen puñado de premios Nobel. 
Sus paredes estaban decoradas con cuadros y dibujos de Ángel González Marcos, Ricardo Sacristán, Perellón, Eustaquio Segrelles, Antonio Casero, Roberto Domínguez...

Un poco más abajo (la calle va descendiendo desde Fuencarral hasta Mejía Lequerica, para volver a subir en su corto tramo peatonal, hacia la plaza de Santa Bárbara) y en la otra acera estuvo un bien conocido edificio que, con el tiempo, dejó su lugar al actual Instituto San Mateo, en el que se cursa el llamado 'Bachillerato de Excelencia', un programa de exigencia y profundización académica, creado bajo los auspicios de la Comunidad de Madrid.

El edificio en cuestión, en el número 5, fue sede de varias instituciones a lo largo de su vida, entre ellas, la encargada de elaborar el papel sellado del Estado (durante la primera mitad del siglo XIX), para acoger más tarde, a partir de 1865, al Colegio Nacional de Sordomudos y Ciegos.
A finales del XIX, concretamente en 1897, se elige a este gran edificio de dos plantas (con fachada a las dos calles, San Mateo y Beneficencia) para albergar la sección central de la Escuela de Artes e Industrias (origen de la Escuela de Ingenieros Técnicos Industriales), que se traslada allí, una vez terminadas las obras de acondicionamiento, a comienzos del siglo XX y permanecerá en estas instalaciones hasta 1931. Desde 1910, el edificio ya se dedica, exclusivamente, a esta función.

Ducado de Veragua
Junto a él, en el número 7, nos encontramos con un extraordinario palacio, el del duque de Veragua. Construido entre 1860 y 1862 por Matías Laviña, este sobrio y clásico edificio que, en origen, contaba con dos plantas rematadas por un templete central con columnas, se completó, por petición expresa de sus dueños, con una tercera. Para resaltar el templete del diseño inicial, se remató con un frontón clásico sobre él. El palacio tiene, también, dos fachadas, una a San Mateo y otra a Beneficencia. 

Como todos sabemos, el ducado de Veragua fue otorgado por Carlos I al nieto de Cristóbal Colón y corresponde a un cuadrado de veinticinco leguas de lado en lo que hoy es la República de Panamá. Junto a este título se le concedió el de marqués de Jamaica y los títulos de Almirante de la Mar Océana y Adelantado Mayor de las Indias. Todo ello a cambio de renunciar al título de virrey de las Tierras Descubiertas del Mar Océano. Posteriormente, Felipe II le concedió el de duque de la Vega.
Entre las obras de arte de diversa índole que tuvo cuando era residencia de los sucesivos descendientes de Luis Colón de Toledo, destacaron cuadros de grandes pintores, como Goya, Zurbarán o Federico Madrazo.
En la actualidad, es la sede del Fondo Español de Garantía Agraria, un organismo autónomo, adscrito al Ministerio de Agricultura.

Gabinete de Larra (Museo del Romanticismo)
Continuando por esta particular 'ruta de los palacios' de San Mateo, llegamos al más popular de ellos, el que edificara Manuel Rodríguez, en 1776, para el marqués de Matallana y que, desde 1924 acoge al bien conocido y muy interesante Museo del Romanticismo, cuya visita es indispensable para conocer bien cuanto rodea a esta época de la cultura y la vida españolas de mediados del XIX.

Pasar una mañana o una tarde en este bonito museo es un verdadero placer, que puede complementarse con un desayuno o un té en el atractivo jardín de este viejo palacio del siglo XVIII que se convertiría en Museo Romántico (su primera denominación) gracias al impulso del marqués de la Vega-Inclán. El museo, que siempre ha sido objeto de especial protección oficial desde su creación, volvió a abrir sus puertas en 2009, tras una profunda remodelación. 
Durante la Guerra Civil, el gobierno de la República nombró director de la institución a Rafael Alberti, con el propósito de salvaguardar mejor sus colecciones, bajo la tutela de una personalidad muy reconocida dentro del mundo de la cultura.

Patio de columnas en la Fundación Fernando de Castro
Anexo al museo, otro singular edificio es el continuador de la línea monumental de esta parte de la calle. Se trata de la Fundación Fernando de Castro, que engloba a las diversas asociaciones creadas, a partir de 1860, por Fernando de Castro para la enseñanza de la mujer. 
Castro, verdadero adelantado a su época, fue uno de los grandes impulsores en nuestro país de las iniciativas encaminadas a la integración activa de la mujer en el mundo moderno, así como a facilitar su acceso a la educación y la cultura.

Este nuevo domicilio de la Asociación para la Enseñanza de la Mujer, se inaugura en 1893, ya que sus anteriores locales, en la calle del Barco y en la de la Bolsa, se habían quedado pequeñas. El proyecto del edificio es obra de Pablo Sánchez, aunque parece que también colaboraron con él (en distintas fases de la obra) Gerardo de la Puente y Manuel Ruiz de Quevedo. Su fachada principal está en San Mateo 15, si bien, como los otros antes mencionados, tiene otra que da a la calle de la Beneficiencia, en la que, con posterioridad a su inauguración, se abrió una segunda entrada. En el año 2005, se llevó a cabo una completa rehabilitación del inmueble, del que hay que resaltar que tanto su clásico exterior, como muchos aspectos de su innovador interior, en el que se mezclan con acierto estilos y materiales, son muy atractivos desde el punto de vista arquitectónico.

Fernando de Castro y Pajares
Y, desde luego, también es interesante conocer la vida y obra de este gran personaje que fue Fernando de Castro y Pajares, doctor, filósofo, catedrático, rector de la Universidad Central de Madrid, académico, senador y, sobre todo, inconformista. Defensor permanente del progreso y entusiasta del derecho a la igualdad de oportunidades ante la educación, en un siglo en que casi nadie compartía su avanzada forma de pensar.

Para completar el patrimonio palaciego de esta singular e histórica calle, tenemos que mencionar los dos que, ya atravesada Mejía Lequerica, ocupan ambos lados del hoy tramo peatonal de la calle. Ambos se encuentran lindando con la plaza de Santa Bárbara y son dos edificios de gran categoría, con muy distinto estado de conservación.
El de la acera de los impares es el del marqués de Ustáriz, una casa palaciega que había sido construida en 1748 por el arquitecto José Pérez, adquirida en la segunda mitad de ese siglo por el conde de Villagonzalo y vendida, ya a comienzos del XXI, a una empresa inmobiliaria.
Su situación actual es lamentable y muchos temen que amenace ruina. Al parecer fue comprado con la intención de convertirlo en hotel y las obras, ya comenzadas, fueron detenidas por la intervención de la justicia, puesto que la propiedad estaba involucrada, junto con otras, en el entramado de la llamada 'Operación Malaya'.
Esperemos que el máximo nivel de protección con que cuenta el palacio sea suficiente para evitar que el aparente riesgo que se cierne sobre lo que queda de él se materialice antes de que lleguen a ser acometidas las necesarias obras de rehabilitación.
Aparte del edificio en sí, el magnífico jardín que se encontraba en el centro de la finca es hoy un barrizal abandonado, cuyo desolador aspecto queda protegido por una discreta valla.

Ustáriz y Villagonzalo en el plano de Ibáñez de Ibero (1875)
Como detalle curioso podemos señalar que de las cuatro calles que bordean la amplia parcela, la única que conserva su nombre antiguo es la de San Mateo, ya que Beneficiencia tenía el de San Benito, la de Mejía Lequerica se llamaba calle de la Florida y Serrano Anguita llevaba el de San Opropio.

Frente a él, pero con entrada principal desde la plaza de Santa Bárbara, tenemos el muy bien conservado palacio del conde de Villagonzalo.
Se edificó en un solar de planta triangular (mucho más pequeño que el de Ustáriz) situado en terrenos que también fueron, en su día, propiedad de los marqueses.
Data este palacio de 1862, proyectado por Juan de Madrazo y Kunt, y su arquitectura racionalista es notable, con muros de ladrillo visto, miradores de hierro en las esquinas, balcones dobles y un elegante alero de madera. 
La parte del palacio que da a la plaza se alquila para eventos, así como su pequeño jardín, que se utiliza como terraza en los meses de buen tiempo y suele estar muy concurrido.
Esta casa fue la residencia de María Luisa Maldonado, marquesa viuda de Torneros e hija del séptimo conde de Villagonzalo, que fue quien donó a la parroquia de San Ildefonso, en 1947, la capilla/humilladero de la calle de Fuencarral, de la que era propietaria.
Casi toda la planta baja de la fachada de Mejía Lequerica la ocupó la centenaria ferretería Hijos de E. Sáinz, toda una institución madrileña, que se ha mudado, en febrero de 2015, al número 15 de la misma calle (Mejía Lequerica).

Frente a este lado oeste del palacio de Villagonzalo está la casa conocida popularmente como 'de los lagartos' (por los enormes reptiles que la adornan en su parte más alta), una de las más estrecha de Madrid, sobre todo, teniendo en cuenta su desproporción entre su gran fachada y su mínimo fondo, circunstancia que se aprecia muy bien desde su esquina de San Mateo.

Muchos más lugares históricos tuvieron su sede en esta calle, como el famoso cuartel de San Mateo, que a finales del siglo XVIII se llamó de las Guardias Españolas, o la redacción del célebre periódico republicano del siglo XIX, La Igualdad.

Sin embargo, también existen en San Mateo comercios muy interesantes y algún restaurante digno de ser visitado.
Entre los primeros, es preciso destacar una de las más bonitas jugueterías infantiles (esto no es una redundancia, pues me refiero a las especializadas en artículos para los niños más pequeños). Se llama Lobo Feliz y está en el número 28.
Realmente interesante.
Delipapel es una pequeña y atractiva tienda con todo tipo de buenas ideas para manualidades con papel, sellos de caucho, troqueles y otras actividades relacionadas con ese mundo tan delicado que se relaciona con la forma de presentar los regalos o personalizar libros y cuadernos.

La Maison de Poupée
Otra imprescindible de visitar es La Maison de Poupée, una tienda de ropa, objetos y complementos diferente, decorada con gusto y un exquisito y difícil de superar estilo vintage, con toques de un cuidado exotismo, de apariencia desenfadada. Una de las tiendas con más encanto de toda la zona.
Siguiendo con ropa, no hay que olvidar Tuffi, en el número 2 y, muy especialmente, el espacio de corte neoyorquino que nos presenta Lurdes Bergada, en la misma esquina con Fuencarral.

Mención aparte merece Magia Estudio, la tienda de magia más antigua de Madrid, en la que Juan Antón, José Luis Ballesteros y Encarnita crearon "ese lugar especial en el que, al cruzar la puerta, el tiempo quedaba detenido y el mundo 'real' tenía prohibido el paso".
Hoy, por fortuna, ha comenzado una nueva etapa, en la misma calle y a solo unos pocos metros de distancia del anterior local que, a su vez, era heredero del primitivo que fundaron en la calle del Marqués de Cubas. 
Su desaparición hubiese sido una tragedia, felizmente evitada por Eden Herrera y Ricardo Sánchez, los nuevos responsables de mantener el espíritu de 'La Tienda de Encarnita'.

Olé Lola
Pero, aunque parezca imposible, aún hay más en la calle de San Mateo.
Por ejemplo, la galería de arte Travesía Cuatro. O la modernísima Lola09 (antes Olé Lola) , un restaurante, bar y chill, depositario de los valores de la vieja movida madrileña. Un local siempre animado y bullicioso...
In Dreams Café (que es mejor por dentro que por fuera) ocupa el lugar de La Fuencisla, pero nada nos recuerda en él lo que fue. Hoy es un sitio muy concurrido por la noche, con una divertida decoración retro que nos quiere transportar a la América de los años 50.
Tampoco faltan los nocturnos bares de copas (nunca me acostumbraré a esta forma de llamarlos), como San Mateo Seis, Downtown o Veinti 7.

Y para los que buscan una cocina tradicional, con productos de mercado, pero en versión moderna, Cuatro de Ocho que, en el número 21 ha ocupado el lugar del desaparecido Pajamá, o su vecino, y mucho más convencional, Casa Antón (en el 19), restaurante que se autodefine, sin el menor complejo, como 'taberna romántica'. Y es que, su proximidad con el museo da para eso y más.

Una calle con un largo y rico pasado, en un barrio en el que la historia no pasa desapercibida nunca. Tengo la seguridad de que quien visita con detenimiento la calle de San Mateo y, además, dedica algo de tiempo a profundizar en su memoria, se marchará de ella con un suspiro hondo y diciendo para sí: "San Mateo... si no lo veo, no lo creo".