El blog de una casa muy especial... en el corazón de la calle más famosa de Madrid

martes, 17 de octubre de 2017

"Don Octavio nos roba"

"Don Octavio nos roba", se leía en los pasquines que, esparcidos por el suelo del portal, aparecían cada mañana. Y lo mismo decían los que los vecinos de Fuencarral 39 encontraban en el interior de sus buzones, al recoger el correo.

Don Octavio (más conocido en el inmueble como 'Cantinflas') era el propietario de la finca. 
Cada primero de mes tenía la impopular costumbre de pasar personalmente piso por piso, con la disparatada pretensión de cobrar la renta. Eso sí, cuando se aproximaba al cuarto derecha, reclamaba la presencia de Fernanda (esposa de Miguel) para que cuidase de su integridad física, que, por lo general, corría un grave riesgo al intentar recaudar la mensualidad en casa de los Valentí. 
Los Valentí (que acabarían eliminando tanto la tilde como la pronunciación aguda de su apellido, convirtiéndolo en Valenti, hartos de que todo el mundo les llamase 'Valentín') eran tres hermanos temibles. Hijos de un conocido joyero, veterano inquilino del cuarto derecha, donde tenía instalado su taller, cada uno de ellos competía con sus hermanos en monopolizar la tarea de finiquitar al pobre don Octavio. Bien es cierto que los métodos propuestos por los vástagos del joyero eran diversos. El primero solía inclinarse por darle una paliza mortal a puñetazos. Otro proponía tirarle a la calle por el mirador, valiéndose de sus propias manos (algo que estuvo a punto de conseguir en varias ocasiones, en las que 'Cantinflas' llegó a balancearse sobre la calle de Fuencarral, con medio cuerpo flotando en el vacío, mientras profería agudos y desesperados gritos de auxilio). Y el último, más expeditivo, sacaba su '9 largo' y amenazaba con descerrajarle un par de tiros en la boca del estómago o, mejor aún, vaciar por completo el cargador en el interior del pequeño cuerpo del casero.
Todo ello solía terminar con don Octavio bajando apresuradamente la escalera (el ascensor solo era de subida), seguido a prudente distancia por Fernanda. Al pasar por los distintos descansillos, era habitual que se fuesen abriendo las puertas de algunos pisos, asomando sus respectivos inquilinos para corear un variado surtido de improperios, a cual más castizo y ocurrente.

Nunca se supo, a ciencia cierta, por qué los hermanos Valentí mostraban esa violenta animadversión hacia 'Cantinflas' (ellos habían sido, claro está, los creadores del mote), pero el hecho es que siempre se mostraban muy ofendidos con él, así como soliviantados con sus presuntas prácticas de latrocinio, mientras aseguraban, entre horribles juramentos y soeces blasfemias (que alternaban con piadosos votos a la Santísima Virgen), que la próxima vez no saldría con vida del edificio. Minutos después, olvidaban por completo el asunto hasta que, un mes más tarde, don Octavio, inasequible al desaliento, repetía su infructuosa visita y volvía a producirse un episodio similar.

Puede que fuesen ellos los iniciadores de la revuelta. O, tal vez, no. Eso nunca se supo.
Pero la mecha prendió y llegó a extenderse entre la mitad de los vecinos, quienes, deseosos de liberarse de la supuesta opresión de don Octavio, organizaban reuniones en las que se elevaba el tono al enumerar las ignominias por las que debían pasar, en su condición de súbditos de una tiranía económica, socialmente indigna de ciudadanos (inquilinos) libres. 
A esas reuniones no asistió jamás el señor Pellico, pero se escuchaban sus voces por el patio, repitiendo (por triplicado) sus famosos "¡No me da la gana!" y "¡Pues que me oigan!".
Él, pese a la prudente (y leve) oposición de su mujer y sus hijas, estaba decididamente alineado con la causa separatista, entre otras cosas porque carecía de ingreso alguno con el que sufragar el coste de la renta. Los dueños de las pensiones de la segunda planta ('Pozas' y 'Martos') también simpatizaban con el movimiento liberador de Fuencarral 39, cuya independencia del inicuo propietario del viejo inmueble se estaba promoviendo.
Se llegó a asegurar que don Octavio se había apropiado de la casa, tras haber sido esta invadida por sus antepasados en el siglo XVIII, lo que, a todas luces, parecía muy improbable, ya que su construcción databa de 1877, tal como figuraba en las escrituras. 

Los otros fuencarralenses, los más moderados, entre los que se contaban Queraltó, don Francisco, el inquilino del quinto derecha (cuyo nombre carece de importancia) y el dueño de la zapatería 'La Bruja', apostaban por una solución negociada con la propiedad, postura que también defendía Miguel, desde su condición de empleado de la finca.
La posición ante el conflicto de don José Gutiérrez Monterroso, el cura que tenía su bufete de abogado en el tercero derecha, no llegó a conocerse, dado que apenas aparecía por Fuencarral. La Iglesia suele ser muy discreta en estos asuntos políticos.

Se habló de referéndum entre los inquilinos, "verdaderos depositarios del espíritu ancestral de la gloriosa finca" (según los disidentes), pero nunca se llegó a producir una votación que respaldase el movimiento plebiscitario encabezado por los Valentí (sonoramente secundado, patio a través, por Pellico). De hecho, la única urna (procedente de una caja de 'Magia Borrás') de la que se tiene constancia fue vista muchos años después en el local de la portería, cuando se utilizó por los futuros Miembros de Honor de Taiwan Bird para elegir a su presidente.

La escalada dialéctica fue a más y el enfrentamiento con don Octavio se hizo inevitable. Los reformistas se consideraban (al menos, eso repetían) legitimados para tomar posesión de las viviendas que ya ocupaban, afirmación que parecía un tanto ociosa puesto que hacía años que residían en ellas. Pero daba igual: la mera insinuación de lo obvio no conseguía sino enardecer el ardor guerrero (es una metáfora, excepto en referencia a los Valentí) de los sublevados, quienes se juramentaron para desobedecer a 'Cantinflas' en defensa de una justicia que, según argumentaban con expresión digna y gesto altivo, estaba muy por encima de cualquier ley promulgada (en especial, la de arrendamientos urbanos).

Fueron tajantes al asegurar que nada ni nadie les movería de esta postura, moralmente impecable y fundamentada en unos valores irrenunciables, heredados de sus progenitores y de los progenitores de sus progenitores. Era una cuestión de principios. "Queremos que esta sea una casa moderna, actual, de nuestro tiempo. No nos gusta tener un casero rancio, chapado a la antigua, que solo vive preocupado por cobrar los alquileres", dijo el de la pensión 'Pozas', bajo cuya placa de latón había otra, más pequeña, que especificaba: 'Viajeros y Estables'. 
"Yo apuesto... un duro y una armónica a que no se va a gastar ni cinco en arreglar la escalera", añadió Pedrito, el sobrino del dueño de la pensión 'Martos' que estaba pasando unos días con sus tíos.

Lo que siguió a continuación, según me cuentan, fue repetitivo y aburrido. Tanto que nadie tuvo ánimos para contármelo.

Años más tarde, estando ya a punto de terminar mis estudios de bachillerato en el Ramiro de Maeztu, cayó, por casualidad, en mis manos un recibo del alquiler de nuestro piso. Yo no estaba muy al corriente de los precios de las viviendas alquiladas en Madrid, pero me dio la impresión de que era muy barato. 
–¿No es muy poco para una casa tan grande como la nuestra? –le pregunté a mi padre.
Sin levantar la vista del ejemplar del diario 'Madrid' que estaba leyendo, respondió con su habitual tono reposado:
–Sí, el casero nos bajó un día el alquiler a todos y no volvió a subirlo. 
–¿Por qué? –insistí extrañado.
–No sé. Los vecinos montaron un poco de lío. Pero creo que solo querían pagar menos.

sábado, 11 de febrero de 2017

Houdini vuelve a Fuencarral


En el número 21 de la calle de Fuencarral, haciendo esquina con San Onofre, estuvo la más importante sala de magia de Madrid, Houdini. 
Dicen que fue el 20 de octubre de 1995 cuando abrió sus puertas al público este local de excepcionales características, destacando, en particular, una decoración muy cuidada, capaz de transmitir el misterioso ambiente que cabe esperar de de una verdadera sala de magia, sin duda, la mejor en su momento. Fue su director Pablo Segóbriga de Garmany (Pablo Morales García, que tomó su apellido artístico de las ruinas romanas próximas a su Saelices natal), un destacado ilusionista, especializado en magia de cerca y mentalismo, maestro de muchos magos españoles. 

Cargado de cadenas y grilletes
Houdini cerró su magnífica sala de Fuencarral a finales de 2004 (no fue un buen año, no), aunque poco después abrió otro más pequeño cerca del Auditorio Nacional de Música, que se ha mantenido en activo desde entonces.
Curiosamente, el gran cartel con su nombre (rojo con letras blancas y tubos de neón que se van descolgando poco a poco) que anunciaba su presencia en la calle de Fuencarral, sigue allí, a la vista de los miles de transeúntes que la recorren a diario (la mayoría de los cuales, claro está, desconocen el porqué de su notable existencia).


Pues bien, Houdini (que como acabamos de contar nunca llegó a marcharse del todo de Fuencarral) ha vuelto. Pero, esta vez, ha sido el gran Harry Houdini el que se ha presentado, de la mano del Espacio Fundación Telefónica, en otra de sus atractivas exposiciones (del 10 de febrero al 28 de mayo de 2017).


La firma de Harry Houdini y el logotipo de la sala de magia, inspirado en ella

El título de la muestra es 'Houdini. Las leyes del asombro'. Visitándola hacemos un recorrido por la vida profesional de quien ha pasado a la historia del ilusionismo, con todo merecimiento, como el más famoso 'escapista' de todos los tiempos.
Nacido en Budapest en 1874, en el seno de una familia judía, muy pronto (a los cuatro años de edad) se trasladó con sus padres y hermanos a los Estados Unidos. 
Buen atleta, genio de la magia y gran comunicador, fue el artífice de los principios de ilusionismo moderno, destacando por sus espectaculares puestas en escena, muchas veces sustentadas sobre actuaciones que se apoyaban en fundamentos científicos, físicos y de una depuradísima técnica, en cuyo perfeccionamiento trabajó incansablemente durante toda su vida.

Houdini se llamaba en realidad Erik Weisz, nombre que 'americanizó' cuando, al emigrar a los Estados Unidos, lo transformó en Erich Weiss. Sin embargo, influido por la lectura de las memorias de Jean Eugène Robert-Houdin (célebre ilusionista francés considerado el padre de la magia moderna), adoptó una ligera variación de su apellido (que, en realidad, no lo era hasta que añadió el de su esposa al suyo, creando el compuesto Robert-Houdin), convencido de que, en francés, la 'i' final con la que lo completó significaba 'igual a'.

Harry Houdini vivió a caballo entre el final del siglo XIX y el principio del XX (la mitad de su vida en cada uno), ya que murió el 31 de octubre de 1926, a la edad de cincuenta y dos años. Todavía hoy, los magos de todo el mundo celebran sesiones cada 31 de octubre, invocando el espíritu de Houdini. 

La exposición consta de seis partes, entre las que destaca la dedicada al escapismo, la gran especialidad del gran ilusionista de Budapest. En ella podemos ver piezas que reproducen objetos e imágenes relacionadas con el trabajo de Houdini, tales como el vídeo de la 'celda de tortura acuática´ de la que escapaba tras haber producido una profunda impresión en el ánimo del público que asistía a su espectáculo.
Y no faltan en ella muestras del impactante despliegue publicitario que siempre acompañó sus actuaciones por todo el mundo. Esta eficaz actividad publicitaria, así como su frecuente aparición en los medios, a través de entrevistas y reportajes, ayudó, de forma considerable, a extender su fama tanto en los Estados Unidos, como a nivel internacional. 







También fue un maestro en el arte de las desapariciones imposibles, como la de su elefanta Jennie, que se esfumaba delante de las narices de los asombrados espectadores.
Y no faltan las referencias a su animadversión por el espiritismo (tan en boga en su tiempo), al que él combatía activamente, por considerarlo un fraude basado en supuestos fenómenos paranormales que chocaban frontalmente con su concepción científica y física del ilusionismo, concebido como una técnica sustentada en la destreza, el esfuerzo y el trabajo duro. 



No hay que olvidar que una buena parte de sus números los realizaba a base de la extraordinaria capacidad que había desarrollado para superar situaciones límite, imposibles para una persona normal que careciese de su fortaleza y habilidades, conseguidas todas ellas mediante un intenso, constante y concienzudo entrenamiento. Esa capacidad de trabajo y permanente afán de superación, unidos a su genio natural para el espectáculo y la innovación, son las virtudes que le convirtieron en el más grande de los magos y le han permitido pasar como tal a la historia.

Luminoso de la desaparecida sala Houdini en Fuencarral
Pero este gran artista, que revolucionó la magia, incorporando siempre a sus más que llamativos espectáculos características sorprendentes y un buen número de novedades adelantadas a su época, fue, además, un pionero de la aviación.
En esta faceta de sus habilidades, cabe destacar que se convirtió en la primera persona que voló sobre Australia, hecho que se produjo el 16 de marzo de 1910, tras haber realizado un largo viaje en barco desde el puerto francés de Marsella hasta Melbourne, en el que fuera su único (y muy notable) viaje a Oceanía.


Un hombre extraordinario, cuya bien ganada fama sigue viva en el recuerdo de todos.
Ya iba siendo hora de que Houdini regresase a la calle de Fuencarral. 
Le estábamos esperando.