Viejo cartel de la calle, en la esquina de Fuencarral |
He aquí una de las calles más antiguas que atraviesan Fuencarral.
De hecho, ya se atravesaban cuando ambas eran los respectivos caminos que, partiendo de distintos lugares del viejo Madrid medieval, se dirigían a dos pueblos que, relativamente lejanos entonces, hoy son barrios de la capital.
Mi particular teoría es que lo que, con el tiempo, llegó a llamarse calle de San Joaquín fue parte de un camino aún más antiguo que Fuencarral.
Es fácil entender que nuestra bulliciosa calle fuera, en un principio, el inicio de la vía que unía a Madrid con el pueblo que la dio nombre. Sin embargo, no tanta gente sabe que ni ella, ni su vecina calle de Hortaleza fueron los caminos originales que llevaban a los viajeros desde la villa hasta los pueblos homónimos.
El primitivo camino a Hortaleza |
El camino original de Madrid a Fuencarral partía desde la puerta de Valnadú (entre las actuales plazas de Oriente y de Isabel II) y se dirigía hacia el norte por la cuesta de Santo Domingo y la que acabaría convirtiéndose en calle de San Bernardo (calle Baja de Fuencarral).
Cuando la cerca de la capital se trasladó hasta los bulevares, se denominó "de Fuencarral" a la puerta que se construyó en lo que hoy es la glorieta de San Bernardo, mientras que la que existió cerca de la actual glorieta de Bilbao, se llamó "de Bilbao" o, más habitualmente, "de los Pozos de la Nieve".
Algo parecido ocurrió con los caminos que se dirigían al pueblo de Hortaleza, al nordeste de Madrid. El primitivo partía, como el de Fuencarral, de la puerta de Valnadú, subía por la cuesta de Santo Domingo y continuaba por el espacio que hoy ocupan Tudescos, Corredera Baja de San Pablo, plaza de San Ildefonso, San Joaquín y San Mateo, para desembocar en la plaza de Santa Bárbara, donde estaba la puerta del mismo nombre.
Así que la calle de San Joaquín fue parte de ese antiguo camino que, con el tiempo decayó, en beneficio del posterior que, partiendo de la Puerta del Sol, subía por Montera y la calle de Hortaleza.
El Minúsculo Flatiron |
Sin duda, esta es la razón por la que la calle de San Joaquín forma un ángulo muy agudo con Fuencarral, en lugar de atravesarla perpendicularmente, como ocurre con todas las que la cruzan en su primer tramo.
Parece razonable pensar, viendo el plano, que en la plaza de San Ildefonso hubo un importante desvío de caminos, pues si, en vez de tomar San Joaquín, seguimos hacia el norte por la Corredera Alta de San Pablo, acabaremos en la calle de Fuencarral, muy cerca de la puerta de los Pozos de la Nieve, por lo que es lógico deducir que por aquí había un camino hacia el norte, alternativo al de San Bernardo.
San Joaquín es una calle corta, pero, en verdad, muy interesante.
Toda ella está adoquinada y apenas cuenta con tres plazas de estacionamiento (delante del número 2). Podría decirse que es semi-peatonal.
Su numeración comienza frente a la de San Mateo, en ese punto en el que la elegante curva de la calle de Fuencarral se acentúa para orientarse hacia la glorieta de Bilbao, convirtiéndose ya en una línea recta.
Su primer edificio, en la acera de los impares, presenta un perfil impresionante (yo lo tengo bautizado como "El Minúsculo Flatiron").
En él estuvo, durante muchos años, un conocido restaurante (La Criolla) del que se cuenta que el ministro Fraga solía reunirse a comer en él, una vez a la semana, con periodistas. Por cierto que al hijo de la dueña de este restaurante, Antonio Coque Olías, le tocó el primer premio de la lotería de Navidad en 1951, suerte que había compartido con los empleados de su madre y otras personas del barrio.
Hoy el local lo ocupa un SteakBurger, que parece tener un razonable éxito.
En el número 3 nos encontramos con una atractiva librería. En realidad, es más que una librería. Su nombre es Tipos Infames. Libros y vinos. Un lugar en el que, además de comprar un buen libro, puedes tomarte una copa de vino o un café. Tipos Infames es un espacio moderno y dinámico, en el que se potencia la cultura y se disfruta de la literatura y de otros aspectos de la vida que, sin duda, todos sentimos próximos al mundo de los libros.
Sobre su puerta de entrada, en la fachada de la casa, una curiosa y singular placa, firmada por "El Pueblo de Madrid 2011", nos anima a persistir en el siempre tan necesario debate social.
El taller-escuela de Beatriz Moreno |
Enfrente, en el número 4, estaba la Escuela de Encuadernación de Beatriz Moreno. Un taller en el que se enseñaban las técnicas más auténticas y tradicionales para aprender a encuadernar con los mejores medios clásicos, en un ambiente cuidado y dentro de un local muy bonito, con amplios escaparates a la calle, desde donde quienes por allí pasaban no podían evitar detenerse y observar el interesante trabajo que se desarrollaba en su interior, bajo la cuidadosa tutela de Beatriz Moreno de Borbón.
Era imposible no detenerse ante la belleza que emanaba lo que allí dentro sucede. Apetecía entrar y ponerse, de inmediato, manos a la obra, incorporándose a cualquiera de las clases que allí se impartían, siempre en pequeños grupos, para aprender uno de los oficios más nobles que puedan existir y que, por desgracia, está cada vez más olvidado.
Mostrador de Levadura Madre |
Pero, un buen día, desapareció. Una lástima. Aunque, por fortuna, ha dejado su sitio a otro negocio que no desmerece en absoluto. Se trata del cuarto local en Madrid de la muy recomendable panadería y pastelería Levadura Madre.
Excelente obrador artesanal, muy cuidado en su diseño, y con unos productos de verdadera calidad. Conviene no pasar de largo junto a su puerta, aunque solo sea para tomarse un café (bastante bueno, por cierto), acompañado de un bollo recién hecho.
Antes, al otro lado del portal (cuyo número antiguo es el 2 duplicado), tenemos la pequeña Cafetería San Joaquín, un cuidado bar-restaurante peruano que merece una visita.
Y en esa misma acera, en el número 8, tenemos el más extraordinario espacio de toda la Villa y Corte para los amantes del té: Bomec.
Bomec es algo único, excepcional. Parece sacado de una aventura de Tintín, más concretamente de "El Loto Azul", una de mis favoritas.
No conozco nada parecido en España ni como salón de té ni como tienda especializada en lo que ellos definen bien como "el paladar del té".
La decoración es fantástica y el ambiente, incomparable. Por supuesto, la variedad de tipos de té, en sus diferentes formas y derivados es amplísima, pero lo que más impresiona es la atmósfera del local, propia de la mejor decoración de Hollywood para una película de misterio, con asesinato incluido, o para servir de escenario a una novela de Agatha Christie: "Death by Darjeeling" (la novela no existe, pero merecería estar entre los títulos más destacados del género policiaco, así que no descarto acabar escribiéndola yo).
Me gusta pasar las tardes allí, leyendo un buen libro, comprado, a ser posible, en Tipos Infames. Las horas se pasan sin sentir y uno se sumerge en un mundo irreal y fantástico, rodeado de colores y luces más propias de un sueño que de la vulgarizada realidad de nuestros días.
Volviendo a cruzar la calle, llegaremos al restaurante El Cocinillas, un lugar muy recomendable para disfrutar de una comida entre tradicional y moderna, que recoge lo mejor de muchos platos con reminiscencias españolas, italianas y francesas. Excelentes todos ellos, como también me lo parece su decoración, sencilla, acogedora y en el buen sentido de la palabra, elegante.
Un restaurante pequeño, cómodo y sobrio en el que la cocina de mercado evoluciona hacia un punto más actual, pero sin sobresaltos ni sorpresas raras (por desgracia, tan frecuentes en nuestros días). Tampoco hay sustos en la cuenta, que es muy razonable para los tiempos que vivimos. Todo está bueno, pero sus albóndigas y su timbal de aguacates con chipirones son dignos de destacarse.
Lo mejor que se puede decir de El Cocinillas (que, por cierto, abrió sus puertas en 2010) es que es uno de esos escasos restaurantes de los que se sale con ganas de volver cuanto antes, por lo que es de justicia felicitar a su dueño, Julián Lara.
Un número más arriba, en el 5, The Burger Lab ofrece una alternativa sorprendente a quienes, siendo amantes de esta popular comida, buscan algo diferente. A las tradicionales de ternera, aquí se pueden encontrar hamburguesas de pollo, cerdo, caballo, cebra, canguro, jabalí, camello, avestruz o bisonte. Tienen un menú muy barato y, también, entrantes (normales) y unos postres con aspecto de estar ricos. La verdad es que esta original hamburguesería no suele estar muy concurrida, por lo que no pronostico que su futuro sea muy halagüeño.
Una tienda de ropa (multimarca, pese a estar señalizada con el logotipo de la firma española de moda masculina De We) ocupa un local poco llamativo, inmediato al anterior, que parece estar en el número 7 de la calle, aunque yo no veo el portal por ningún sitio.
En la línea de cuanto hay en esta calle, la tienda no parece estar nada mal, pese a que, desde el exterior, su entrada pasa un poco desapercibida. Por suerte unos buenos escaparates compensan, en parte, el problema.
Mandalay |
El Chino en Mandalay |
Justo junto a ella, una pequeña puerta da acceso a Mandalay, una empresa de antigüedades e interiorismo con nombre birmano, de gran atractivo y muy acreditada. Todo lo que tienen es bonito y de muy buen gusto. En realidad se trata de un mayorista, sin vocación expresa de vender al público. Tal vez de ahí su angosta entrada que, sin embargo, da paso a una exposición amplia en un sótano digno de ser visitado. Y, si queremos comprar algo, nos llevaremos la agradable sorpresa de que sus precios son bastante más sensatos de lo habitual en las tiendas. Eso sí, no siempre está abierta, por lo que si alguien tiene mucho interés en visitarla es prudente llamar antes para concertar una cita. A mí me gusta mucho.
El cierre de Amor de Madre |
Pero volvamos a la acera de los pares, que la teníamos un poco olvidada. En ella quedan algunos locales que están pidiendo a gritos que algún emprendedor siga la arriesgada táctica del Cid Campeador en Cuarte y, con el manto liado a la cabeza (o sin él, que por estos lares ya no quedan almorávides), se lance a la muy incierta aventura de empezar un negocio nuevo.
En el número 14 tenemos Amor de Madre, una pequeña "taberna underground" divertida, alegre y que suele ofrecer unos platos del día muy apetecibles y baratos (8 €, con bebida y postre incluidos). Su decoración, en la que abundan los monopatines, es desenfadada, irreverente y atractiva. Está abierta solo a las horas de la comida y la cena, cerrando por las mañanas y de cinco a ocho de la tarde. Suele estar muy concurrida y animada.
Sin que sirva de menosprecio a su interior (que no lo merece, en absoluto), a mí me encanta verla con el cierre metálico ondulado echado, que nos muestra una enorme calavera blanca sobre fondo negro. Yo comprendo, perfectamente, que les resultaría difícil hacer negocio con el cierre siempre bajado, claro, pero me da pena no poder ver esa enorme calavera cuando están abiertos...
La bien restaurada fachada de Vaquería |
En el siguiente número nos encontramos con el portal más señorial de la calle, en un edificio reconstruido en 2011 que ha merecido ser premiado como la mejor rehabilitación de Madrid. Y, al lado del portal, Vaquería, un local reconstruido, como el resto de inmueble, que ha mantenido el aspecto original de lo que fue en 1911: una lechería y vaquería (con establo higiénico y servicio a domicilio).
Claro que Vaquería no es un local como los demás. Es un espacio efímero (también lo llaman "pop-up store") que se alquila por espacios cortos de tiempo para cualquier tipo de actividad, como presentar una colección de moda o de joyas, liquidar stocks a través de promociones especiales, hacer exposiciones de productos, para que tiendas on-line puedan probar a mantener un contacto real con sus clientes... o cualquier otra situación que requiera de un espacio atractivo a pie de calle para unos días, semanas o meses.
El interior de Vaquería |
Su decoración interior es de una espectacularidad muy especial, ofreciendo diversos espacios, que son susceptibles de ser combinados entre sí, contando con muchas opciones flexibles, fácilmente adaptables a todo tipo de necesidades.
Un lugar fantástico, en suma, que está contribuyendo, de forma muy positiva a la modernización de una calle que, como hemos visto ya, es capaz de aunar historia y vanguardia con sencilla y sorprendente naturalidad.
Naif |
Y, por fin, la calle desemboca en la plaza de San Ildefonso, mostrándonos el interior de Naif, un "sandwich bar" muy de moda en la zona, amplio, luminoso y siempre concurrido, cuya bien resuelta decoración y cuidado ambiente de clara inspiración hipster, parece tener más gancho para su numerosa clientela que las enfrentadas críticas que la calidad de su comida y la profesionalidad de su servicio reciben con frecuencia.
Entre San Joaquín y Santa Bárbara |
Al otro lado, también ya en la plaza, un segundo vértice del triángulo rectángulo que forma la manzana delimitada por las calles de San Joaquín, Santa Bárbara y Fuencarral (con su ángulo recto entre Fuencarral y Santa Bárbara) nos presenta una estrechísima fachada, en la que solo cabe una hilera vertical de balcones, en el último de los cuales hace tiempo que vemos una bandera republicana que, en los días de viento, ondea sobre las frondosas copas de los árboles que dan sombra a las terrazas que hoy ocupan el terreno donde estuvo el primer edificio construido en Madrid (1835) para albergar un mercado, y que fue derruido en 1970, habilitando el espacio que ocupaba para ser utilizado como plaza pública.
En el plano de Texeira (1656) |
Una calle, dedicada a San Joaquín desde tiempo inmemorial (como ya podemos leer en el plano de Texeira de 1656) y que ha mantenido, a través de los siglos, su viva presencia en la capital de España, llegando hasta nuestros días pletórica de actividad cultural, comercial y, desde luego, también gastronómica, demostrando que este pequeño trozo del antiquísimo camino que unía Madrid con el pueblo de Hortaleza sigue siendo paso obligado para todo aquel que quiera disfrutar de la historia sin renunciar a lo más actual de la vida contemporánea.
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