La mayor parte de las fuentes, citan 1881 como el año más probable, pero hay quien afirma que es mucho más antigua...
La fachada de Fuencarral 39 |
Desde el punto de vista de los medios más sensacionalistas, el suceso más notorio acaecido en la casa, fue el crimen del descuartizador (que nada tiene que ver con el celebérrimo "crimen de la calle Fuencarral", muy anterior en el tiempo). Tuvo lugar en el piso cuarto izquierda, muchos años después de que el Sr. Pellico y su familia, sus antiguos ocupantes, hubiesen abandonado la finca.
Pero, pese a la gran difusión que se dio a este crimen, no fue, ni con mucho, lo más destacado de la historia de Fuencarral 39. De una historia que, todavía hoy (una prueba de ello es este mismo blog), se sigue escribiendo.
Empecemos por recordar a los inquilinos de la finca en tiempos de D. Octavio.
La planta baja la ocupaban dos comercios, muy destacados en su época. La zapatería "La Bruja" y la ortopedia "Hijos de D. Queraltó".
"La Bruja" era una excelente zapatería, de las muchas que poblaban la calle Fuencarral. Contaba con otra tienda en el número 5 de la misma calle y, en tiempos, otra en la calle Carretas, aunque la buena era la del 39. Su escaparate estaba diseñado con el extraordinario estilo de los años 40/50, creando un paso entre ambos lados de la entrada para aumentar los metros de vitrina. El suelo estaba decorado con una especie de mosaico representando a una bruja en pleno vuelo sobre su escoba. Una imagen espectacular, que ha desaparecido o permanece escondida bajo el nuevo pavimento del comercio de cosméticos que hoy ocupa el local.
El dueño de "La Bruja" era Francisco Colás Tejedor.
La esquina de la Telefónica, donde empieza la calle |
Su sobrio y elegante letrero, con grandes letras de latón, presidía un amplio escaparate paralelo a la acera, en el que se exhibían sin pudor sus distintos y muy sorprendentes productos de ortopedia (así como de otras varias especialidades clínicas) que provocaban, cuando menos, la inquietud de los transeúntes no habituados a encontrarse con ojos de cristal o calaveras de resina por las calles (que, como es lógico, eran la gran mayoría). Esta ortopedia, que fue siempre un excelente negocio, se llamó "La Estrella Roja", como el bazar sevillano fundado por Domingo Queraltó, del que fue sucursal en su día.
Su propietario, Antonio Queraltó Rosal, era el más próspero inquilino de la finca.
Las cuatro plantas del inmueble eran iguales. Todas con dos puertas (derecha e izquierda) y sendos pisos, de unos doscientos metros cuadrados cada uno, idénticos excepto por una pequeña diferencia: en una de las habitaciones exteriores, los pisos de la derecha tenían dos balcones, mientras que los de la izquierda sólo tenían uno. Esa circunstancia otorgaba a los de la derecha unos pocos metros cuadrados más que a sus vecinos.
El primer piso estaba ocupado, en su totalidad, por la familia Queraltó. D. Antonio y Dña. Mercedes, tenían varios hijos. Creemos recordar que había varios varones mayores (uno de los cuales protagonizó, con Paquito, la gran anécdota de la lechuza que no dejaba dormir a su madre) y dos hijas más pequeñas, Mercedes y Lolín, de las que hablaremos, también, más adelante.
El doble piso de los Queraltó era impresionante, aunque dedicaban uno de ellos fundamentalmente a vivienda y el otro como apoyo a la tienda, con la que estaba conectado interiormente. También disponían de una gran terraza interior, en el patio, y del acceso al patio en sí y a una buena parte del sótano de la finca.
El sótano, por cierto, siempre fue siniestro. Lleno de conexiones y pasadizos, era, por propia naturaleza, el lugar ideal para muchos de los acontecimientos clandestinos que en él tuvieron lugar. Su extraordinaria fuente de agua del Lozoya, le otorgaba una característica muy especial, explotada por Paquito y sus amigos, en determinadas ocasiones. Una pequeñísima rejilla que daba al suelo del portal, permitía una mínima ventilación que, unida al ilimitado suministro de agua de su extraordinaria fuente, proporcionaba al sombrío lugar unas oportunidades únicas como escondite.
Fuencarral 39 en el célebre plano de Texeira |
En ambas, sus ocho o nueve habitaciones estaban ocupadas por estudiantes universitarios, quienes permanecían en ellas durante todo el curso.
Eran estudiantes varones, muy prudentes y silenciosos. Pocas veces protagonizaron episodios dignos de ser contados. Tan sólo el sobrino de los dueños de la pensión Martos, Pedrito, fanático seguidor de El Dúo Dinámico, tuvo algunas intervenciones que pasaron a la posteridad. Su capacidad para detectar canciones de "El Dúo" (como él lo llamaba) era proverbial. No era infrecuente, por ejemplo, estar paseando con él por las calles de Madrid, manteniendo una animada conversación entre ruidos de autobuses, obras y ambulancias, cuando, de pronto, Pedrito se paraba, en una postura de muestra que habría hecho palidecer de envidia al dueño del mejor perro pointer británico, y, tras unos segundos de confirmación auditiva, afirmar: "¡El Dúo!". Inmediatamente, iniciaba una carrera desenfrenada, doblando esquinas y atravesando plazas, hasta llegar junto a un portal o una ventana (siempre alejadísimas de la posición de partida), a través de los cuales podía escucharse levemente una melodía que, tal vez, podría identificarse con uno de los múltiples éxitos de Manolo y Ramón...
La mirilla del tercero izquierda |
El piso tercero izquierda fue ocupado, al comienzo de los años 40 del pasado siglo, por la familia López-Falcón/Pastor Díaz de Tudanca. Una familia poco frecuente, compuesta solo por cuatro mujeres: dos Amparo y dos Flor.
Tres generaciones de una misma familia, que llegaron a Fuencarral 39 rodeadas de un hermético misterio.
Una señora de mediana edad, Amparo, acompañada de sus hijas Flor y Amparo, además de la pequeña Flor, una niña de pocos años, hija de la mayor de las dos hermanas López-Falcón.
Tres generaciones de una misma familia, que llegaron a Fuencarral 39 rodeadas de un hermético misterio.
Una señora de mediana edad, Amparo, acompañada de sus hijas Flor y Amparo, además de la pequeña Flor, una niña de pocos años, hija de la mayor de las dos hermanas López-Falcón.
Enfrente, en el tercero derecha, no vivía nadie, aunque en la puerta decía: "José Gutiérrez Monterroso. Bufete". Don José era un sacerdote muy poco habitual, propio de una casa tan extraña como aquella. Ejercía como abogado y en ese piso tenía su bufete, si bien nunca se vio entrar ni salir de él a cliente alguno. Don José apenas visitaba el lugar y el interior del piso siempre estaba oscuro y sus balcones permanentemente cerrados. El misterio de la tercera planta estaba, así, completo. Unos años más tarde, en los 60, sucesos extraordinarios tuvieron lugar en el piso del enigmático D. José.
El cuarto y último piso acogía a dos familias excepcionales. En el cuarto derecha, vivía la familia Valentí, y en él tenían instalado su taller de joyería, uno de los mejores de Madrid. Esta mezcla de vivienda y taller, con horno incluido en el balcón central del patio, otorgaba al piso características únicas. Directamente emparentados con la célebre joyería Sanz, situada en la Gran Vía madrileña (y, antes, en la Red de San Luis y la calle de la Montera), el taller atendía a clientes de gran relieve y fama, entre los que cabe destacar al Príncipe de Bragation, a quien no era infrecuente verle visitar a la familia Valenti.
El cuarto izquierda estaba ocupado por una familia aún más especial, si cabe, la familia Pellico. Un matrimonio con, al menos, dos hijas que acabaron en el convento de las Mercedarias de la calle Valverde. La señora Pellico hacía grandes esfuerzos, trabajando como costurera, para compensar el hecho de que a su marido no se le conoció más trabajo que el que desempeñó, durante un solo día (media jornada, para ser más exactos), como conductor de ambulancia. Al parecer, no le gustó y decidió no volver a insistir en el empeño de buscar un empleo. Nadie vio nunca al Sr. Pellico, de quien se comentaba en la finca que pasaba las veinticuatro horas en la cama, aunque su voz era bien conocida en el patio: "¡No me da la gana... no me da la gana... no me da la gana!", se oía con frecuencia en toda la casa y, tras unos segundos de intervalo, que hacían presumir una obvia intervención en voz baja de la Sra. Pellico, "¡Pues que me oigan... pues que me oigan... pues que me oigan!".
El especial soniquete con el que entonaba sus "monólogos" era el perfecto complemento de "La Canción del Cola Cao", habitual, también, como música de fondo del patio, si bien ésta surgía del receptor de radio de los oficiales del taller de joyería del piso de enfrente.
Por encima del cuarto piso sólo estaban las buhardillas. Pero no eran las de Fuencarral 39 unas buhardillas normales. Eran, probablemente, lo más interesante de la casa.
Ellas fueron protagonistas de grandes episodios, como los de las incursiones nocturnas de Taiwan Bird SB, el escondite del maniquí o la más célebre de la lechuza de la señora Queraltó, que terminó con el hijo de esta metido en un retrete, por obra y gracia de Paquito.
Ellas fueron protagonistas de grandes episodios, como los de las incursiones nocturnas de Taiwan Bird SB, el escondite del maniquí o la más célebre de la lechuza de la señora Queraltó, que terminó con el hijo de esta metido en un retrete, por obra y gracia de Paquito.
En la buhardilla había dos viviendas. La de los porteros y otra gemela a ésta, sucesivamente ocupada por diversos y poco relevantes inquilinos. Detrás de las viviendas, mucho más pequeñas que el resto de los pisos de la casa, estaban las verdaderas buhardillas. Un angosto pasillo en forma de U conducía a unos cubículos pequeños, con un techo tan bajo que impedía, en la práctica, permanecer de pie en ellos. Se suponía que cada uno de estos pequeños recintos correspondía a una vivienda, si bien era cierto que el único grande, con techo alto, era la de Queraltó.
La vivienda de los porteros estaba en el espacio que correspondía al quinto izquierda, pero tenía el servicio en el interior de la parte opuesta de las buhardillas, en la habitación gemela a la que ocupaba el trastero de Queraltó, justo enfrente de ella. Este fue el lugar en el que se produjo la "metedura de pata" del hijo de Queraltó, provocada por Paquito.
La delicada combinación de mármoles en el interior del portal |
Las paredes interiores del portal original estaban decoradas con mármol de Carrara, gris y blanco, con un zócalo negro, en un estilo tan clásico como sobrio, elegante y delicado.
El suelo también era de mármol blanco, como los tres escalones que daban paso a la escalera, toda ella de madera de pino, ya gastada (como el mármol del suelo) por el trasiego de los muchísimos años transcurridos desde la edificación de la casa.
Hoy, se conserva la decoración de mármol de las paredes del interior del portal, pero el suelo y los escalones fueron, hace años, sustituidos por granito. El primer tramo de la escalera también es ahora de granito y su pared de un mármol crema-marfil, en una horrible combinación que destruye la discreta elegancia original.
Un sencillo y destartalado ascensor de madera ocupó durante muchos años el amplio hueco de la escalera, hasta que fue robado en un singular golpe que superó en audacia al del famoso tren de Glasgow. Tras su robo, fue sustituido por un detestable ascensor moderno, cuyas únicas ventajas sobre su predecesor son que casi nunca se estropea (el estado natural del otro era el de 'averiado') y que sus usuarios ya no se juegan la vida cada vez que lo utilizan. Pueden parecer ventajas notables, pero la fealdad del moderno ascensor no compensa sus innegables virtudes operativas.
Por cierto que el ascensor solo sube hasta el cuarto piso. Y eso ahora, porque el antiguo (por alguna misteriosa razón que todos los habitantes de la casa aceptaban como lógica) tampoco paraba en el primero.
La antigua portería, en su estado actual |
Miguel, Fernanda, el pequeño Miguelín y, sobre todo, Paquito, dominaban la portería y sus ocultos pasadizos y reductos secretos.
La fachada exterior de la finca, la que da a la calle de Fuencarral, justo frente a la de Pérez Galdós, presenta una armónica combinación de tres balcones centrales en cada uno de los cuatro pisos principales, flanqueados por dos bonitos miradores clásicos de cristal y hierro. En el quinto piso no hay balcones centrales y, en lugar de miradores, existen sendas terrazas descubiertas, desde las que no es difícil acceder a un tejado por el que Sang Freda paseó en más de una ocasión a mediados del siglo XX.
Dos patios interiores proporcionan una excelente iluminación a las habitaciones interiores de cada piso. Uno (rectangular) a las principales y otro (de planta irregular), compartido con dos fincas de la calle Valverde, a los baños y cocinas.
A lo largo de las sucesivas publicaciones del presente blog, iremos descubriendo detalles, anécdotas y curiosidades de una casa singular, situada en una calle privilegiada, que ha sido y seguirá siendo testigo de la historia del centro de Madrid, de las andanzas de sus muchos y famosos personajes y, también, de sus leyendas.
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