Que la fama es efímera, todos lo sabemos (aunque es cierto que hay quien lo olvida con frecuencia). Tal vez por eso Madrid no ha querido que esta magnífica fuente de Pedro Ribera haya permanecido inmóvil, a través de los siglos, en su emplazamiento original...
El caso es que la fuente, construida por mandato del rey Felipe V (pero pagada por el pueblo de Madrid), se inauguró en el año de 1732 en la plaza de Antón Martín. Allí estuvo una buena temporada, concretamente hasta 1879, fecha en la que fue desmontada y guardada en los almacenes de la Villa hasta su reconstrucción por Ángel García y José Loute, en 1909, para su traslado al paseo de Camoens, en el parque del Oeste, donde nos consta que ya estaba situada en 1913.
La fuente, que tuvo, además de su función ornamental, la de abastecimiento de agua para la villa de Madrid, es del más puro estilo churrigueresco, es decir, un barroco de recargada ornamentación en el que era un maestro Pedro Ribera, tan discutido en su tiempo como celebrado posteriormente, algo que no debe extrañar a nadie por ser casi consustancial con los movimientos artísticos aparecidos a lo largo de la historia de la humanidad.
Ribera la hizo, como fue habitual en muchos de sus trabajos, de granito, combinado con piedra de Colmenar en las esculturas.
Adornada por cuatro grandes delfines mitológicos (de parecido lejano con los reales) y sendos niños portadores de conchas invertidas sobre sus cabezas, está coronada por una airosa escultura que representa una Fama alada de Juan Bautista, muy similar a la que, años más tarde, esculpiría el portugués Cayetano da Costa para presidir la portada principal de la antigua Fábrica de Tabacos de Sevilla.
Cierto es, sin embargo, que la obra de Bautista es algo menos garbosa en su postura que la sevillana (lo que parece acorde, en cualquier caso, con la idiosincrasia de una y otra ciudad).
La Fama, obra de Juan Bautista |
Pues bien, la fuente, tras una corta estancia en su segunda ubicación (hasta 1926), fue, de nuevo, desmontada y recolocada en una zona bien céntrica de Madrid. Precisamente, en la calle de Fuencarral, en la parte posterior del viejo Hospicio de San Fernando, en los desaparecidos jardines del Arquitecto Ribera de la plaza de Barceló, trabajo que fue encomendado a Luis Bellido quien, por aquel entonces, ostentaba el cargo de arquitecto municipal.
Pero durante la guerra civil española fue, otra vez, desmantelada para su protección, no volviendo a su emplazamiento junto a lo que entonces era Museo Municipal de Madrid hasta 1941.
No recuerdo bien cómo estaba situada la fuente en un espacio abierto que vivió épocas complicadas y no muy respetuosas con el patrimonio colectivo, pero hoy se encuentra recluida en un recinto vallado que ofrece una visibilidad limitada y es poco representativo para lo que merece. Eso sí, al menos, está intacta y a salvo de esos vandalismos descontrolados que, por desgracia, siguen siendo habituales en aquellas grandes ciudades en las que la ignorancia, y la barbarie dominan, en la práctica, sobre el respeto a la cultura.
La fuente, en su ubicación actual |
Toda la plaza de Barceló está pendiente de remodelación, tras la puesta en marcha del nuevo edificio del mercado (sobre el que evito pronunciarme, de forma intencionada), por lo que habrá que esperar al resultado final y, lo que aún es más importante, a su conservación futura. Puede que una buena solución fuese permitir el acceso a este nuevo patio posterior, creado en el Museo de Historia de Madrid (a través, claro está, de su entrada principal y como parte de la visita a sus instalaciones) y, a ser posible, con la fuente en funcionamiento, ya que su estética y belleza quedan muy mermadas en ausencia del agua para cuyo disfrute público fue concebida.
Tal vez, el momento oportuno para hacerlo sea cuando estén terminadas las obras de restauración de la capilla que, también, merece ser visitada.
En cualquier caso, parece sensato (aunque sea muy triste) dar prioridad a la seguridad de la fuente sobre la libertad de su observación desde una perspectiva más próxima y completa.
Ojalá lleguemos a ver el día en el que madrileños y visitantes podamos acercarnos a ella, de nuevo, sin temer por la integridad de sus centenarias piedras.