Sixteen Tons ("Cargar y descargar...") era el primo de Mala Estrella. Y digo "era" porque hace mucho que no hemos vuelto a saber de él, no porque se haya muerto o porque haya dejado de ser su primo.
Ni a Paquito ni a mí nos caía bien. Sobre todo a Paquito. Y lo de menos era que siempre se comía casi todos los bollos que la madre de Mala Estrella compraba para la merienda, lo peor de Sixteen Tons ("Cargar y descargar...") era su forma de comportarse cuando jugábamos, por ejemplo, a El Palé.
No es este juego, cierto es, un paradigma de las virtudes que deben ser transmitidas desde un punto de vista ético (aunque puede resultar muy instructivo, como se afirmaba en su caja, para afrontar con destreza los avatares que presentará, sin duda, la vida en las sociedades capitalistas), pero siempre han sido aceptadas entre quienes se aventuran en un juego que supera, con creces, la vileza sutil que Don Mendo apreciaba en el de las Siete y Media unas reglas no escritas, moderadoras de las naturales ansias infantiles de victoria.
Pues bien, Sixteen Tons ("Cargar y descargar...") no solo carecía de esta importante sensibilidad, sino que, por el contrario, se regocijaba en sus frecuentes situaciones de superioridad sobre algún otro jugador, en especial cuando este "otro jugador" era Paquito.
Lo que nunca calculó bien el primo de Mala Estrella fue el punto de abusiva soberbia que nunca debió rebasar en su flagrante escarnio.
En una de aquellas nunca agradables partidas, Paquito cometió la equivocación de aceptar un préstamo de quinientas pesetas de Sixteen Tons ("Cargar y descargar...") y el subsiguiente desarrollo del juego no le permitió reunir el nivel de tesorería necesario para devolverlo.
El odioso primo, sin embargo, no solo no pareció estar preocupado por no recuperar su dinero, sino que, antes bien, disfrutó de forma evidente con la situación, hasta el punto de que, cada vez que llegaba el turno de Paquito, entonaba, entre dientes, una cancioncilla de su cosecha, compuesta por una repetitiva música de seis notas y una letra que decía, literalmente:
"Me debes quinientas... no te las perdono...".
"Me debes quinientas... no te las perdono...".
Como era de esperar, la paciencia de Paquito tuvo un límite y, en un momento dado, harto, más que del machacón estribillo, de la sonrisa prepotente de su prestamista accidental, le pegó con el tablero de El Palé en la cabeza, saliendo fichas, tarjetas de "Suerte" y "Sorpresa", casas y hoteles disparados por los aires, quedando esparcidos por todos los rincones de la habitación de Mala Estrella.
A partir de ese día, Sixteen Tons ("Cargar y descargar...") comenzó a espaciar, prudentemente, sus visitas a la casa de sus tíos en donde, por supuesto, no se volvió a jugar a El Palé en mucho tiempo. En cualquier caso, y como medida preventiva, la madre de Mala Estrella evitó volver a invitar a merendar a Paquito cuando esperaba la visita de su sobrino.
Yo sigo conservando aquel tablero de El Palé y casi todas sus cartas, fichas, casas y hoteles (menos los que nunca fueron recuperados tras el furibundo y justificado ataque de Paquito, claro está) y, como es lógico, no he olvidado en ningún momento de mi vida ese lejano suceso.
Las instrucciones, tras el ataque de furia de Paquito |
Si hay algo que no me gusta es el abuso sobre los más débiles, situación que, por desgracia, suele producirse en todos los ámbitos de la vida. Y no hablo solo de lo evidente, que a toda persona razonable repugna, sino también de esos otros abusos, tantas veces camuflados de falsa inocencia, que se producen cuando quien no siente ni padece se aprovecha de los sentimientos ajenos.
Es un juego muy parecido a El Palé, pero con emociones en vez de calles. En él, lo más triste es que quien suele cantar a otro la cancioncilla ("Me debes...") es, precisamente, el que está en deuda con el paquito de turno.
Un nimio dato, aún puede que de cierto interés parael curioso o aficionado al juego, a este hermoso comentaio:
ResponderEliminarPalé - denominado así por las primeras sílabas del nombre y apellido de Paco Leyva (Francisco Leyva Vances), malagueño que lo patentó en España a finales de los 1930 como "El Palé"