No suelo hablar mucho de la parte más alta de la calle de Fuencarral, el tramo comprendido entre las glorietas de Bilbao y de Quevedo, porque siempre tengo la tendencia a pensar que la calle se termina donde lo hizo durante siglos, es decir, en la puerta de los Pozos de la Nieve, o de Bilbao (que no debe confundirse con la puerta de Fuencarral, que estaba en la calle de San Bernardo, antigua calle Baja de Fuencarral). Sin embargo, en esta ocasión sí que voy a hacerlo, ya que el tema merece la pena y el momento lo justifica.
Desaparecidas Fraguío (en el número 41) y el Bazar León (en el 80), no quedó más juguetería en la calle que el Bazar Matey. Es cierto que hubo algunos otros comercios que vendieron juguetes en Fuencarral, como la papelería El Pensamiento, de la que tanto yo como mi familia éramos clientes habituales, y es probable (no lo recuerdo bien) que los almacenes Mazón también (por el contrario, los otros grandes almacenes de la calle, Eleuterio y San Mateo, creo que no lo hacían). Pero la verdad es que ninguna de esas tiendas podía ser denominada, con propiedad, juguetería.
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Santísima Trinidad 1 (antes de la apertura del nuevo Bazar Matey) |
Hoy vuelve a ocurrir. Existen algunos comercios en los que se venden juguetes, pero ni es su oferta principal ni se puede decir, bajo ningún concepto, que se dediquen a ello más que como una actividad residual de su negocio.
Matey era, por tanto, el único representante que nos quedaba en Fuencarral de la muy noble actividad de vender juguetes. Y si utilizo el pasado es porque la campaña de Reyes de 2015 ha sido la última de esta insigne tienda en nuestra calle.
Afortunadamente, no desaparece (esto hubiese sido una tragedia), sino que, a finales de enero de 2015, se ha trasladado a Santísima Trinidad 1, junto a Eloy Gonzalo. Menos mal.
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Una sugerente fotografía del escaparate de Matey, realizada por Vicente Méndez |
La historia de Matey se remonta a 1931, justo el año en el que España se convirtió, por segunda vez, en república. Y nació en el número 127 de la calle de Fuencarral, pero en el local que está al otro lado del portal, ocupado luego por Top Books y, después, por un restaurante. Sus fundadores, Santiago y Antonio Matey, lo pusieron en marcha con el nombre Papelería Matey, en la que los juguetes tuvieron un espacio, como ocurría con otras papelerías de la época (ya he mencionado antes El Pensamiento, en Fuencarral 46, local que ahora ocupa Adidas y que está pegado a la capilla de Nuestra Señora de la Soledad).
Unos cuantos años después, en 1954, superados los peores de la posguerra, se abrió un segundo local (el que ha durado hasta enero de 2015) con el nombre de Bazar Matey, que convivió con el de la papelería mucho tiempo, uno a cada lado del portal.
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Chevrolet Corvette 1954, el año de la creación del Bazar Matey |
Así, la papelería se concentró en el negocio que le era propio y la nueva tienda se convirtió en una de las mejores jugueterías de Madrid. Para mí, sin discusión la de más clase.
Yo la consideraba de un nivel superior a todas las demás, con más categoría, con mejores productos... y, eso sí, siempre me pareció un poco cara, lo que, sin ninguna duda, aumentaba su atractivo. Muchos juguetes he comprado en ella desde los años sesenta, algunos de los cuales sigo conservando (con especial cariño guardo varios soldados de caballería americana de Aster, unos cuantos tanques y vehículos de EKO, Mini Cars de Anguplas y un tren eléctrico). También recuerdo haber comprado un juego de cartas de las siete familias de Fournier en la papelería, de la que era peor cliente, por mi cercana relación con El Pensamiento.
Durante unos veinte años, Matey fue para mí (junto con mi idealizada Fraguío) el paradigma de la perfecta juguetería, con el aliciente añadido de visitarla, muchas veces, a la entrada o salida de los cines de Fuencarral que, como es lógico, yo también frecuentaba.
Este hecho que parece de menor importancia, dotaba a Matey de un valor muy especial, vinculado a otros placeres lúdicos, como el de ir al cine, que en los Roxy (A y B), Paz, Proyecciones o Fuencarral (al Bilbao solía ir muy poco, los Minicines aún no existían y el Palafox estaba ya más retirado) alcanzaba siempre cotas elevadas.
Creo recordar que fue en los años setenta (con la segunda generación de la familia Matey al frente del negocio) cuando Santiago y Fernando, hijos de Santiago y sobrinos de Antonio, modificaron, en parte, el concepto del bazar y, prescindiendo de los juguetes, lo convirtieron en la tienda especializada en maquetas y coleccionismo que todos hemos conocido en los últimos años.
Trenes eléctricos, coches y modelismo se hicieron las grandes estrellas de un local que mantuvo su enorme encanto e, incluso, lo aumentó, mejorando (si cabe) la calidad de su oferta hasta llegar a superar a los otros establecimientos que llevaban años en Madrid y disfrutaban de excelente reputación (que algunos aún mantienen).
En mi opinión (y sin restar el más mínimo mérito a la familia Matey, que lo tiene, y mucho) el estar en plena calle de Fuencarral y en unos locales tan bonitos y bien situados, ayudó a su éxito, del que, asimismo, tienen buena parte de culpa sus siempre cuidados escaparates que han presentado, con frecuencia, maquetas de enorme atractivo y extraordinaria vistosidad. Y tampoco quiero olvidar en este apartado de distinciones a su maravilloso rótulo negro con grandes letras blancas y personalísima tipografía, que no ha desaparecido del todo del local que, ahora, ocupa una tienda de Natura.
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Uno de mis soldados de caballería de Aster |
Pero sobre todas las virtudes que han llevado a que Bazar Matey sea la gran referencia de su sector, está el trabajo, la ilusión y la constante dedicación y entrega de una familia que ha sabido llevar su marca hasta la más alta expresión de una labor bien hecha.
Fernando Matey ha tenido, además, la visión de concentrar su negocio en una especialidad que él domina y a la que quiere muy profundamente (me consta que él mismo es un gran aficionado al coleccionismo de trenes).
Gracias a ello, Matey sigue siendo una insignia en el comercio madrileño... aunque yo, egoístamente, debo reconocer que añoro los tiempos en los que en sus grandes vitrinas de la calle Fuencarral había todo tipo de juguetes. Los mejores juguetes que podían encontrarse en Madrid.
Con la marcha de Matey, la calle de Fuencarral sufre una gran pérdida y confieso que a mí ya no me apetecerá tanto visitar sus cines (los pocos que quedan). Seguro que no seré el único. Muchos lloraremos al pasar, sin querer mirar apenas, ante el portal del número 127...
Mañana pondré a funcionar mi viejo tren y jugaré con mis soldados de caballería de Aster. Los EKO y los Mini Cars no necesito sacarlos, porque los tengo delante de mí a diario, sobre mi mesa y en mi estantería.
¡Larga vida al Bazar Matey, gloria de las jugueterías de Madrid!