Ya en las primeras páginas del catálogo de la Exposición del Antiguo Madrid, el propio arquitecto restaurador del viejo Hospicio de San Fernando nos relata las vicisitudes del edificio, que muy próximo estuvo de caer bajo el ímpetu destructor de la piqueta cuando, a finales del año 1922, se decidió la evacuación del edificio y el derribo de las construcciones.
Ante las protestas de los defensores del patrimonio artístico, se aceptó desmontar la portada de Pedro Ribera y trasladarla a otro lugar, lo que hubiera sido un doble disparate (tal vez, triple por el destino del solar), ya que no parecía probable que la delicada piedra resistiese el ajetreo y, además, se destruía la fachada de Fuencarral, de notable belleza y parte fundamental de esta obra cumbre del barroco de la capital.
Afortunadamente para todos los madrileños (y para el resto de los españoles, claro), el Ayuntamiento de Madrid decidió adquirir el histórico edificio y rehabilitarlo, gracias, en gran medida, a la iniciativa de la Sociedad Española de Amigos del Arte, que impulsó la puesta en marcha de esta magna exposición, celebrada en 1926, y que, a la postre, fue la salvadora de esta gran joya del barroco churrigueresco madrileño, tal vez la más significativa.
La comisión organizadora estuvo presidida por Félix Boix, destacado ingeniero de caminos barcelonés, que dirigió la Compañía de Caminos de Hierro del Norte de España y el Canal de Isabel II, aparte de ser académico de número de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Otros conocidos miembros de esa comisión fueron el Conde de Casal, el Conde de Polentinos y Manuel Machado.
También formó parte de ella Luis Bellido, arquitecto municipal encargado de la restauración del edificio y que con tan buen criterio acometió su tarea, presidida, en todo momento, por su decidido respeto a la historia , así como a las características originales del inmueble.
La exposición fue, con toda probabilidad, la más importante de cuantas fueron organizadas por la asociación, reunió en ocho secciones todo tipo de objetos de bellas artes y de las industrias artísticas madrileñas, junto con otras piezas relacionadas con la historia y las costumbres de la ciudad, algunas de ellas tan curiosas como la reproducción del gabinete de Napoleón en el palacio del Duque del Infantado de Chamartín, que fuera su residencia cuando, en diciembre de 1808, llegó con su ejército hasta Madrid para restituir en el trono de España a su hermano José.
Primera.
Planos. Vistas generales y particulares. Puertas y puentes.
Segunda.
Residencias Reales: El Alcázar. El Palacio Nuevo. El Buen Retiro. La Casa de Campo. El Pardo. La Zarzuela, etc.
Tercera.
Vida social y política: sucesos y acontecimientos célebres.
Fiestas, entradas y funciones reales. Libros, documentos y objetos varios. El Dos de Mayo y la ocupación francesa. Tipos y costumbres. Indumentaria.
Cuarta.
El culto: Objetos y cuadros. Instituciones benéficas. Edificios de carácter monumental y religioso. Edificios particulares. Los patronos de Madrid y otros santos.
Quinta.
Paseos: El Prado, Atocha, La Florida, etc. Casas de recreo o placer. Aguas y fuentes. Jardinería. Fiestas populares. Lugares de esparcimiento popular.
Sexta.
Teatros y espectáculos públicos.
Séptima.
Industrias artísticas: Armas. Fábrica del Buen Retiro. Fábrica de la Moncloa. Fábrica de Tapices. Fábrica de platería Martínez. Platería madrileña. Bordados. Hierros. Muebles y sillas de mano. Relojes. Abanicos. Instrumentos de música. Guarniciones y sillas de montar.
Octava.
Imprenta, encuadernaciones y manuscritos.
Un acontecimiento fundamental para la vida madrileña, que tuvo que retrasar su inauguración por unos meses (estaba prevista para la primavera) al no estar, aún, terminadas las obras de rehabilitación de un edificio que, pese a haber sido declarado Monumento Histórico Artístico en 1919, bien cerca estuvo de no llegar hasta nuestros días. Algo que se consiguió gracias a la acertada intervención de la Real Academia de San Fernando y de la Sociedad Española de Amigos del Arte, cuya idea de promover la gran Exposición del Antiguo Madrid y de que su sede fuera, precisamente, el Hospicio de Ribera fue bien acogida por el Ayuntamiento de Madrid.
Su consistorio, pasada ya la exposición, tomó la acertada decisión (en 1929) de convertirlo en Museo Municipal y conservarlo, de esta manera, para que las futuras generaciones pudieran disfrutar de la obra cumbre de Pedro Ribera y del barroco civil madrileño.
Para descargarse el catálogo completo de la exposición, pinchar en este enlace.
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